Homilía del señor Arzobispo para la Solemnidad de Santa María Madre de Dios

“Señor, danos tu bendición” (Lc 2, 16-21)

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“Así invocarán mi nombre y yo bendeciré a mi pueblo” dice el Señor. Como el antiguo pueblo de Israel, también nosotros iniciamos el año implorando la bendición de Dios, al mismo tiempo que brota de nosotros, -como de los pastores de Belén-, una alabanza a Dios por cuanto hemos visto y oído. Todo conforme se nos había anunciado, porque en Jesús hemos visto el rostro fiel y misericordioso de Dios. La lógica de la bendición, -tan presente en las Escrituras-, tiene tres dinamismos: Descendente, baja de Dios a los hombres; ascendente, de agradecimiento a Dios; y extensiva, se comparte entre nosotros. El “bien decir-nos” crea comunión y cercanía. Más allá de juicios previos y de exclusiones dolorosas, la bendición expresa no tanto que el otro “ya lo ha hecho bien”, sino que pide ayuda para hacerlo. Sabemos de siempre, y se nos ha recordado hace poco (Fiducia supplicans), que una bendición no es un sacramento, por tanto, deben diferenciarse y evitarse confusiones. Pero ambas cosas -aunque distintas- son importantes y hacen bien. Releyendo la primera lectura podemos decir que “bien decir”, está muy relacionado con “bien mirar”: “Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz”. Mirar bien a una persona es aceptarla con amor. Vale la pena recordar que “querer bien” a alguien es “ayudarle a vivir bien”, es decir vivir en la verdad de Dios. Y para “ayudar a alguien” en primer lugar hay que escucharle. O sea, bien decir, bien mirar y bien escuchar, están muy relacionados. Hay personas cuyo estilo de vida no comprendemos o compartimos, y sin darnos cuenta, les miramos mal, es decir les señalamos. Pero cuando los miramos de cerca y les escuchamos con atención, algo empieza a cambiar. Nos damos cuenta de que, esta persona, tal vez, tiene un pecado (¿quién no tiene algún pecado?), pero que ante todo es un hijo-hija de Dios, que espera, sufre, y que –aún sin saberlo- busca un consuelo verdadero.

Escuchando de verdad a una persona, le ayudamos a mirarse a sí misma y dejarse mirar por Dios. Cuando decimos, “Señor bendíceme”, estamos diciendo, “Señor mírame, vengo a tu presencia porque necesito tu ayuda”. Y Dios, nos escucha a todos y nos mira con compasión, sin condiciones previas. Dios no ama porque somos buenos, sino para que seamos capaces de serlo. ¿O acaso alguien es capaz de “bien obrar” por sí mismo? ¿Acaso todos, no hemos sido primero amados, y después hemos respondido con amor? Este primer día del año, entre los “buenos propósitos” que nos hacemos, uno podría ser, aprender a bendecir, mirar y escuchar como lo hace Dios, sin juicios previos ni condiciones. De ahí brota la gracia de la fraternidad. Es algo que el mundo necesita y que pocos piden. María, la Madre de Dios, meditando en su corazón lo que estaba viendo y oyendo, aprendió a bendecir al Señor y pedir bendición para los otros. Quien es bendecido, comparte bendición. Que así sea para todos en este nuevo año.

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