Homilía del señor Arzobispo para la Solemnidad de la Santísima Trinidad (Jn 3, 16-18)

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Vivimos en el Misterio de Dios, no como una amenaza, sino como un regalo. ¡Vivimos!, es algo que casi no valoramos o no somos conscientes, pero marca la diferencia primera y radical con todo lo que no es, o no es consciente de sería. Y lo segundo es que vivimos en el Misterio de Dios. Y aquí entran nuestras dudas, porque asimilamos “misterio” a desconocido, temible, escondido, etc. Pero hablamos aquí del “Misterio de Dios”, es decir, el Misterio de Dios, que se nos ha revelado como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Estas tres personas, en un solo Dios, es lo que llamamos Santísima Trinidad. Y la pregunta es ¿se trata de un misterio inaccesible? Es decir, ¿hablamos de algo insondable y por tanto ajeno a nuestra humanidad? Si profundizamos un poco, veremos que es justo todo lo contrario: no hay nada que nos haga tan humanos como el Misterio de Dios. Por la sencilla razón que de “Él venimos y en Él existimos” y la auténtica humanidad es reflejo de la comunicación de Amor en la Santísima Trinidad.

Por el bautismo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo habita en nosotros, por ello en nosotros hay una capacidad de dar y de darnos, que ninguna otra criatura tiene ni tendrá. La fiesta de la Santísima Trinidad, evidentemente, no es tanto una cuestión de comprensión intelectual (que también lo es), sino de aceptación amorosa de una realidad siempre mayor a nosotros. En Dios solo se puede creer, y creer sólo se puede en Dios.

Justo porque Dios es para nosotros el Misterio más grande y al mismo tiempo, más íntimo de nuestra existencia. Porque vivir sólo se vive plenamente cuando se cree. Empieza a morir quien ya no cree en nada ni nadie. La fe no es una opción secundaria, o una decisión arbitraria, la fe es la participación en una realidad que nos supera, nos envuelve y nos sostiene. Una realidad insondable que se nos da como amor en el Padre, comunión en el Hijo, gracia en el Espíritu Santo. Misterio Trinitario no es una complicación de la divinidad, sino expresión de la sencillez perfecta de Dios, la cual sólo a los mansos y sencillos les ha sido dada a conocer. “Entremos en el Misterio sin miedo”, es como decir, “abracemos la vida con ilusión”.

De hecho, sólo cuando, por el don de la fe, cruzamos el umbral del Misterio, sólo entonces estamos entrando en nuestro propio misterio existencial, ese misterio humano que tan cercano nos es y a veces, tan desconocido. Recordemos que “umbral” es el marco que se cruza para no volver atrás. El cristiano entra en Dios por la fe, para vivir en Él por toda la eternidad. En Jesucristo, Dios se nos revela conforme a nuestras capacidades. Algún día lo contemplaremos en todo su esplendor, así como es Él. Hoy lo podemos ver, por el don de la fe, a través del Misterio, en el cual Dios nos da a conocer su Amor, al mismo tiempo que nos guarda de su inmensa grandeza. Vivamos trinitariamente, es decir, con fe, esperanza y amor. Vivamos trinitariamente: agradecidos a Dios, cercanos a los hermanos, abiertos a la novedad del Espíritu. Vivir en el Misterio de Dios, es vivir en la tierra la gloria del cielo, donde alabaremos por siempre al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, en una alegría perfecta y sin fin.

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