TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Celebramos hoy, domingo siguiente a Pentecostés, la Solemnidad de la Santísima Trinidad. El misterio eterno de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo nos recuerda que existe una historia antes de nuestra historia, y que, por tanto, el enigma de nuestra existencia, aún con su peso y su dolor, no es una condena irremediable, sino un encuentro de vida y esperanza. Confesar a “un solo Dios en tres personas” no es un añadido que la reflexión humana atribuye a la divinidad, sino una realidad superior, que nos precede, acompaña y sostiene. Las lecturas de hoy nos hacen entender que el ser humano es imagen del Dios trinitario, más aún, que en cada persona habita Dios Trinidad.
Más allá de comprensiones racionales, siempre necesarias y a la vez siempre insuficientes, nos vamos a aproximar hoy al misterio trinitario hablando de un “intercambio de miradas”. La mirada reconoce y de alguna manera, define al otro y lo personaliza. No mirar a alguien es como desaparecerlo o aislarlo en sí mismo. Pues bien, Dios es una mirada eterna en la que el Padre contempla con amor al Hijo y el Hijo al Padre, por el Espíritu Santo. Triple mirada santa que converge en una. Aplicado a las personas, en primer lugar, afecta a cómo miramos la realidad.
En segundo lugar, indica la relación de nuestras miradas con la mirada de Dios. La Santísima Trinidad nos enseña a mirarnos con amor unos a otros, como Ella nos mira a nosotros. Su Mirada santa nos invita a mirar la historia humana no como algo banal, pero sí como algo divertido, ilusionante, novedoso, liberador. Creer en Dios Trinidad como fundamento de la existencia y a la vez como su fin último, nos hace creer que todo está bajo la voluntad del Padre, transformado por la donación del Hijo, acompañado por la presencia del Espíritu. Es decir, no estamos solos ni perdidos. Como nos decía la primera lectura, hay una sabiduría anterior a nosotros.
Una sabiduría que expresa una comunión antigua y segura, la comunión divina. Así es, como nos ha dicho la carta a los Romanos, que la tribulación, lejos de ser un castigo, propicia la paciencia, ésta la virtud sólida, de la cual nace la esperanza que no engaña, porque “al darnos el Espíritu Santo, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones”. El Espíritu Santo, que hemos recibido, nos ilumina para conocer la Verdad completa. ¿Y cuál es esa verdad plena y maravillosa? Que Dios siendo uno, por el Espíritu Santo, en Cristo se nos revela el rostro del Padre.
El Espíritu va recordándonos, de manera paciente, el proyecto de amor del Padre sobre la historia humana, manifestado en Cristo, y que -a su vez- es un designio divino que se hace realidad en el mundo por la misma acción del Espíritu. Esa presencia Trinitaria tiene como: fruto la superioridad de la verdad sobre el error; de la fe sobre el miedo; y del amor sobre la enemistad. Aún en la diferencia, podemos convivir, mirarnos con respeto y querer bien a todos. Y la razón de esa feliz posibilidad comunión, es porque Dios es Trinidad.