Homilía del señor arzobispo para la Solemnidad de Cristo Rey del Universo

“Un destino eterno, una oportunidad hoy” (Mt 25, 31-46)

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Estos, los que dejaron de hacer el bien, “irán al castigo eterno”, en cambio los justos -que tuvieron misericordia con los necesitados “irán a la vida eterna”. Así de contundente es el Evangelio en este domingo de Cristo Rey que, de alguna manera, culmina y resume nuestro año litúrgico. El amor como resolución definitiva de nuestra existencia. En un sentido o en otro, pero no cabe la indiferencia ni el término medio, hay un destino y en gran medida está en nuestra libertad definirlo. El final de un año es momento para que hagamos un balance personal y comunitario. La vida no es una repetición monótona, sino un camino compartido que, por el amor, se llena de significado a cada paso.

El camino y el destino final están vinculados íntimamente, porque amando buscamos el Amor. Vivimos el tiempo favorable, es decir, el hoy que nos permite hacernos cargo de nuestra vida. Éste es un tiempo de oportunidad, pero no un fin en sí mismo, porque pasa. Aunque ya alberga en sí los bienes esperados no es la plenitud que tenemos prometida. Los bienes temporales son un medio, pero no son el bien mayor al que aspiramos.

A Cristo, aunque no se le puede fotografiar, pero sí se le puede ver. Se le puede ver y servir en la persona de los pobres. “¿Cuándo te vimos?” preguntan unos y otros, que parecieran no ser conscientes de lo que han hecho o dejado de hacer. Llega un punto en que la persona ya no se da cuenta de lo que está haciendo, bueno o malo, simplemente, lo hace (a veces hasta extremos dramáticos). Y lo que hacemos nos configura. Es decir, practicando la misericordia, nuestro corazón se vuelve misericordioso. Olvidando y alejando de nosotros a los otros, nos hacemos indiferentes y autosuficientes.

La sensibilidad o frialdad que mostramos ante los demás, expresa nuestra verdad más profunda, y con ello nuestra relación con Dios. Nuestras acciones, en definitiva, son como nuestra “carta de presentación”. Caminamos juntos esta vida como una oportunidad de encuentro fraterno que nos prepara para el encuentro final ante Dios. No perdamos la oportunidad de la escucha y del compartir fraternos, que nos capacitan para la alabanza y contemplación eterna de Dios. Nada es indiferente, en clave de amor toda acción adquiere significado. Frente a quién olvida a Dios o no lo considera importante, se nos anuncia con claridad que Jesús vendrá en su gloria. Aquel que vino en debilidad, volverá en poder.

No es otro, es el mismo, y por ello el criterio será el mismo: el amor nuestro como respuesta al amor primero de Jesucristo. Terminamos hoy el año litúrgico proclamando a Jesucristo como Rey del Universo. Todo lo que conocemos queda relativizado por su venida en gloria. La oportunidad de agradarle es hoy, la recompensa… es para siempre.

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