“Acudirán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora”, dice la sugerente frase de Isaías, que nos hace pensar en la atracción que supone Jesús para todas las gentes, especialmente en Navidad. Las tres lecturas de hoy nos muestran la universalidad de la salvación de Dios, ya que “por medio de la Buena Noticia también los paga nos comparten la herencia y las promesas de Cristo Jesús, y son miembros de un mismo cuerpo” (Carta a los Hebreos). En otras palabras, a los católicos nos toca guardar el tesoro de la fe, no esconder celosamente el Dios de nuestra fe. Al revés, forma parte de nuestra razón de ser, dar a conocer el amor de Dios a todos los pueblos. En estos tiempos de armamentismo, se hace más urgente si cabe anunciar que el don de Dios no es exclusivo de un pueblo o un grupo, sino que alcanza a la humanidad entera. Dios es Padre universal y por tanto la fraternidad también debe serlo. En el Evangelio se nos dice que, tras largo camino, los magos de oriente “vieron al niño con su madre, María, y postrándose lo adoraron; abrieron sus tesoros y le ofrecieron regalos”. Buscamos a Jesús para verlo, adorarlo y darle lo mejor que tenemos. Esta donación de los regalos se da porque “abrieron sus tesoros”, es decir, se arriesgaron a abrir su corazón. Muchas veces guardamos tan cerrado el cofre de nuestra interioridad que solo damos de lo que nos sobra.
En este tiempo de regalos, no olvidemos, que el mejor regalo que podemos dar a los que nos rodean, somos nosotros mismos, nuestro tiempo y cercanía. Hablan do de regalos, un pequeño detalle. La lectura de Isaías anunciaba “incienso y oro”, pero en el evangelio de San Mateo se añade “mirra”. Tradicionalmente se identifica el incienso con la divinidad, el oro con la realeza y la mirra, con la humanidad de Jesús. Llama la atención, pues, la sorprendente característica añadida: el Mesías que ha nacido, es Dios, es Señor, y al mismo tiempo ¡es humano! La humanidad forma parte necesaria del misterio de la salvación. Valga esto para que no nos avergoncemos nunca de nuestra humanidad, ni para que caigamos en ex presiones de fe alejadas de la realidad humana y social. Retomando la profecía de Isaías, admiramos que el portal de Belén es como “el resplandor de la aurora” que todos esperan. Así como la aurora es el inicio de un nuevo día,
Cristo es comienzo de un tiempo nuevo y definitivo. Un día, su gloria brillará, sobre todo. De hecho, él podía haber venido ya con todo su fulgor, pero nadie hubiera podido resistir a su luz. Por ello, para que conozcamos su Gloria, pero no seamos indignos de ella, Dios decide “amanecer” en el tiempo, para que su resplandor ilumine nuestras tinieblas y las sane. Así como con la primera luz de la mañana sabemos que ya llegó el día, así con la claridad del Portal, sabemos que ya llegó nuestra salvación. Feliz fiesta de la Epifanía del Señor.