Homilía del señor arzobispo para el XXXII domingo del tiempo Ordinario

“Cada día, cada hora son importantes” (Mt 25, 1-13)

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Con la Resurrección de Cristo el tiempo cambia totalmente. Lo que antes era un “cronos” que devoraba la vida, ahora es un “Kairós” que nos abre a la eternidad. En este sentido cada día, cada hora es importante. Estamos vigilantes, porque esperamos a Jesús y lo esperamos todo de Jesús. En el mes de noviembre, estamos ya en los últimos domingos del año litúrgico.

Con San Mateo elevamos nuestra mirada a la venida última de Jesús. Esta parábola de las cinco vírgenes sensatas y cinco necias se inscribe en la costumbre de la época de que el novio iba a casa de la novia a buscarla, pero antes debía negociar qué regalos iba a ofrecer a la familia de la novia.

Las discusiones podían ser largas, sobre todo si las familias eran importantes. La función de las jóvenes amigas era acompañar a la novia, con las lámparas encendidas, hasta la casa del novio, donde sería la fiesta de bodas. En este caso hubo cinco doncellas que no calcularon bien cuánto aceite iban a necesitar, no apreciaron cuán importante era el novio. Para nosotros, si Mt 25, 1-13 Mons. José Vicente Nácher Tatay C.M. Arzobispo de Tegucigalpa el que viene es Jesús, debemos valorarlo y alegrarnos porque quiere unirse con su Iglesia.

La imagen de las bodas, como expresión de alegría y vínculo profundo, aparece también en los dos últimos capítulos de la Biblia, que leídos con mirada contemplativa muestran que también estas bodas tienen el sello del Amor Trinitario, porque “el Espíritu y la Novia dicen: «Ven»” y porque luego, el oyente, identificado mediante esta sola mención con la Iglesia, es invitado a decir también él: “Ven”. Y la Biblia termina con una palabra del Novio que corrobora todo lo anterior: “Sí, vengo pronto” y del oyente que responde entusiasmado: “Ven Señor Jesús”.

El elemento que Mateo añade en esta parábola es el de estar preparados. “Velad, porque no sabéis el día ni la hora”. “Vigilancia” significa tener los ojos abiertos y los oídos atentos para discernir lo importante de lo pasajero, la verdad de la mentira, lo bueno de lo dañino. Velad para que el demonio no os engañe con apariencia de bondad y no os duerma en la red del conformismo, de manera que olvidéis que aspiráis a la vida eterna. Estar despiertos significa escuchar la Palabra de Dios y ponerla por obra. Si la Palabra habita en nuestros corazones, Dios está en nosotros. De esta forma la espera no se hace larga, porque no es futuro incierto sino un presente lleno de amor. Si Cristo ha resucitado, el poder de la muerte ha sido vencido. No caminamos hacia un vacío final, sino hacia una presencia plena.

Cada día, cada hora, son una oportunidad de encuentro con Jesús. Esta vida no es monotonía ni soledad, sino gozo y encuentro, porque Jesús, el novio, nos conoce a cada uno por nuestro nombre y nos espera. La vida del cristiano es fruto de un doble “ven”. La Iglesia le pide a Jesús “ven”, Jesús nos dice, “ven”. En ese doble camino de encuentro, no hay repetición ni vacío: cada día, cada hora, son tiempo de salvación.

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