Este pasaje evangélico tiene lugar en Jerusalén, donde Jesús va a padecer, morir y resucitar. Cristo es por excelencia el humillado por el pecado de los hombres, y el exaltado por el poder de Dios. A partir de ahí, podemos entender el Evangelio y aplicarlo a nuestra vida. El que se enaltece a sí mismo será desenmascarado de su ambición.
El que acepta su pequeñez, será con Cristo enaltecido. Porque el que con humilde sinceridad se sabe débil, se asemeja a Cristo y acepta su camino. “Para que los vea la gente” es que hacen muchas cosas. No es una crítica del pasado, sino actual y muy extendido, porque el deseo de agradar a los otros y ganar su beneplácito es algo arraigado en el ser humano. Mucho de lo que hacemos, es para ser bien visto por los nuestros.
Razón por la cual, algunas cosas que sabemos deberíamos hacer, no nos atrevemos, por miedo a un rechazo social. ¿Dónde radica ese miedo tan profundo? Solo los grandes santos -tras gran purificación- son los que han superado el llamado “respeto humano” y se preocupan primero de agradar Mt 23, 1-12 Mons. José Vicente Nácher Tatay C.M. Arzobispo de Tegucigalpa a Dios. En nosotros hay como una inseguridad o debilidad, porque no podemos sostenernos por nosotros mismos.
Entonces, miramos a los otros para apoyarnos mutuamente, y eso es normal, pero riesgoso. Cuando lo hacemos para ayudarnos a cumplir la voluntad de Dios, entonces es sana amistad, hermosa fraternidad. Pero cuando lo hacemos para tapar nuestros errores y deseos inconfesables, entonces es dañina complicidad. No faltan las ocasiones en las que buscando ser fieles, nos sentiremos solos, incluso criticados, como Cristo lo fue. Pero si perseveramos en el Señor, no tardaremos en descubrir “santos y santas” de la puerta de al lado, que como nosotros han puesto su confianza en Dios.
No somos pocos los que queremos vivir conforme el Evangelio. “Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que hacen”. Se refiere Jesús aquí a los fariseos, que han corrompido la ley recibida. Con su “piadosa ambición” y eruditas palabras, solo se anuncian a sí mismos. No se refiere Jesús a quienes tratan con sencillez de anunciar a Jesús, por ejemplo, muchos sacerdotes, delegados, catequistas, agentes de pastoral… que de buena fe, aún en su imperfección, anuncian la Buena Nueva.
Estemos tranquilos, el Evangelio es más grande que sus portadores, aún a través de vasijas rotas, nos pueden llegar gotas de agua pura. En la evangelización el predicador es solo una parte, otra es el que escucha con atención, pero la fuerza real la tiene el propio Mensaje, que es el de Jesús. Nuestra confianza no está solo en quién habla, sino de quién nos habla. Cuando el “primero de vosotros se hace servidor”, no hace falta muchas palabras para evangelizar, el buen ejemplo lo dice todo. Porque los sencillos no cargan fardos pesados en los demás, sino que toman su cruz y siguen a Jesús. Ellos, no son el camino, pero nos lo muestran en su vida.