Homilía del señor arzobispo para el XX domingo del tiempo Ordinario

Solo la fe y el amor redimen el mundo (Mt 15, 21-28)

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¿Qué mueve a esta mujer cananea a tanta insistencia? Dos cosas, el amor a su hija y la fe en Jesucristo. Y cuando la fe y el amor se encuentran, nace la esperanza. Hay otra pregunta importante. ¿Cómo es posible que un maestro israelita y una mujer pagana se encuentren? Ambos tuvieron que salir de sí mismos y de sus seguridades para encontrase. La mujer buscó a Jesús, y no es menos cierto que Jesús -aunque aparenta ignorarla- había ido en su busca, porque Jesús a nadie olvida, a todos espera. Es muy importante recordar eso, porque Jesús es el que se pone a nuestro alcance, si salimos de nosotros mismos.

El encuentro con otro siempre exige salir de uno mismo al espacio común de la fraternidad. Llamativo que la mujer no dice “ten misericordia de mi hija”, sino “ten misericordia de mí”. La expresión “está poseída” significa que la relación entre ella y su hija hace tiempo se ha roto. La hija está fuera de sí, ya ni sabe que sufre. Pero sí sufre su madre que aún en el rechazo, la sigue amando. De igual manera, aún en el rechazo de Jesús sigue creyendo en él. Hay quien dice, que la experiencia de Jesús con esta mujer pagana, influyó en el cambio de visión que él tuvo sobre su propia misión, misión Mt 15, 21-28 Mons.

José Vicente Nácher Tatay C.M. Arzobispo de Tegucigalpa universal. Cuando la fe y el amor son fuertes, no dependen de la moda o la bonanza, porque tienen una raíz más profunda. Viendo tantas relaciones familiares rotas o desvirtuadas, sigamos gritando como la mujer cananea, “Hijo de David, ten compasión de nosotros”. Estamos en el mes de la familia, oremos por las familias. Las familias, que llamamos “Iglesia doméstica”, lo son porque en ellas, en algunas de ellas: se ora, se ama y se perdona. Pero también la podemos llamar a la familia “iglesia misionera”, porque para muchos ¿dónde si no se muestra lo que es creer, querer y esperar? Y todos tenemos derecho a ser reconocidos, amados, esperados. Por ello, la comunidad cristiana, y otras instituciones, aún sin suplantar a la familia, sí están llamadas a velar para que a ninguna persona le falte lo necesario. San Pablo nos recuerda la fuerza de la oración.

Y volvemos a la importancia de las familias incluso en el orden de la redención. Allí donde hay una persona que ora, allí está Jesús, y dónde está Jesús está la presencia divina de su amor. Por eso, bien podemos decir que quién ora con fe, se convierte en un pequeño templo del amor de Dios. Si mi casa es casa de oración, en ella se abre la puerta a la salvación. En el trasfondo de este pasaje, subyace una gran pregunta, si Jesucristo es el Salvador, que lo es, ¿qué ocurre con los que aún no han sido alcanzados por el Evangelio de Jesús?

Unos capítulos más tarde, el propio evangelista Mateo muestra la respuesta, al hablarnos del amor al prójimo como la pregunta definitiva. San Pablo incluso ve la fe de los paganos como una vía para que los judíos reconozcan a Jesús como el Mesías. Jesús es el nuevo templo, en el que la divinidad habita en medio de los hombres, para que todos puedan entrar por la puerta de la salvación. Lo que nos nutre a nosotros no son las migajas que caen, sino el pan del cielo que está sobre el altar. A esta mesa santa, aún sin merecerlo, estamos invitados hoy. Por la fe y el amor, descubrimos a Jesús como nuestro salvador. La fe nos permite reconocerlo en la Eucaristía, el amor nos permite encontrarlo en los necesitados.

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