Homilía del señor arzobispo para el XIV domingo del tiempo Ordinario

Humildes y sencillos (Mt 11, 25-30)

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“Carguen con mi yugo, y aprendan de mí, que soy sencillo y humilde de corazón”, nos dice Jesús. Porque lo que pesa no es la carga, la ley del amor, sino llevarla solos. Una vez más una enseñanza tan grande que solamente los pequeños pueden conocerla. Frente a los complicados andamios de nuestra inteligencia humana, solo los que confían en Jesús “como niños sencillos”, pueden ver su rostro interior, y establecer una relación vital, que crece hacia la comunión perfecta con Dios. Jesús no solo se nos revela como es Él, sencillo y humilde de corazón, sino que descubre nuestro error. En la carta a los Romanos, San Pablo nos advierte: “si vivimos conforme a los apetitos desordenados, moriremos, en cambio, si mediante el Espíritu damos muerte a las obras del cuerpo, viviremos”.

En otras palabras, la soberbia y la doblez que la quiere esconder, son realmente nuestro peligro, ya que el pecador empedernido, no descansa por miedo a ser descubierto. Más aún llega pronto el momento en el que la misma falsedad ocupa el lugar de la verdad en nuestra mente, llegándose muchas veces a practicar una doble vida, que sorprenden. Y esto puede pasarnos a todos, nadie estamos exentos de las insidias del príncipe de la mentira, que empieza por engañarnos a nosotros mismos, de forma que decimos una cosa, pero vivimos otra.

A esto se le puede llamar, “desgarro interior”. Ser sencillo no significa ser mejor o más capaz, sino mostrarme como soy. A partir de reconocer los síntomas correctos, el médico del alma puede diagnosticarnos el camino a seguir. Cuando tratamos de ocultarle a Dios quién somos, en verdad, a quién engañamos no es al Señor, sino a nosotros mismos, que nos negamos a recibir su medicina. La humildad nos protege de nosotros mismos, la sencillez de los demás. La humildad, en su sano realismo, derrota a nuestro falso yo. La sencillez, a la luz de la verdad, vence la ambición de los otros, porque nada esconde. Humildad y sencillez no son solamente categorías morales, sino también teológicas.

Por tanto, no se alcanzan por méritos propios, sino que son un don de Dios. Me explico, no son tanto una forma hábil de actuar, sino la descripción del corazón de Dios.  Él corazón de Dios hecho hombre no cambia, en la obediencia del Hijo, sigue siendo sencillo y humilde. En verdad nuestra paz y vocación consisten en contemplar el corazón de Dios y aprender de él. El cántico de Jesús, “yo te alabo Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has dado a conocer a los sencillos”, no es una alabanza aislada, sino una voz a la que se unen los humildes y sencillos de corazón.

Es decir, no los que empuñan “arcos de guerra”, sino los que “montados sobre un humilde asno” anuncian una nueva era mesiánica. Los humildes y sencillos, que, sin atributos de dominio o fama, ponen su confianza solo en Dios.

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