La presencia de Jesús en la sinagoga de Nazaret despierta en sus paisanos recelos y sospecha. Se sienten desconcertados por su sabiduría y por la fuerza sanadora de sus manos. Comienza el texto diciendo que “Jesús se dirigió a su ciudad y lo seguían sus discípulos”. Jesús se ha establecido en Cafarnaúm donde predica y hace milagros. En un determinado momento decide volver al pueblo donde había vivido, a Nazaret. Esta será la primera y única visita registrada por el Evangelio. Como buen judío observante del sábado, se dirige a la sinagoga.
Llama la atención que se presente directamente enseñando y la gente queda impresionada. Sin embargo, surgen dudas sobre el origen de su enseñanza. Por eso las preguntas que se hacen. Las preguntas que se hace la gente de la sinagoga tienen un tono despectivo y de sospecha. Actualmente, ¿No necesitamos con urgencia volver a Jesús y reconocerle como aquel que puede transformar nuestra vida y llenarla de sentido? Bajo la figura del “carpintero” y del “hijo de María”, sus vecinos de Nazaret no supieron descubrir quién era realmente Jesús.
Tenían todas las claves para conocerle, pero les faltó la más importante, la fe y la confianza en Él. Tras la normalidad de aquel carpintero no supieron descubrir la presencia del misterio de Dios que se manifestaba en Él. La raíz de la incredulidad de sus paisanos está en la incapacidad de aceptar la manifestación de Dios en aquel hombre corriente que es Jesús de Nazaret. A nosotros nos pasa lo mismo… ¿Y nosotros no nos parecemos a los paisanos de Jesús que no terminamos de descubrir la fuerza liberadora del su mensaje? ¿Aceptamos de verdad a Jesús en nuestra vida? Jesús cita un amargo comentario bien conocido: “No desprecian a un profeta más que en su patria”.
Sucede con frecuencia que precisamente los que están más cerca se muestran refractarios a su opinión, prisioneros de su pasado o de sus creencias. Por la falta de fe en su persona, los habitantes de Nazaret no reúnen las condiciones necesarias para dejar espacio al milagro. Este desprecio con el que reaccionan sus paisanos deja a Jesús desarmado: “No pudo hacer allí ningún milagro… Jesús se siente despreciado por los suyos. ¿Y nosotros, no vivimos demasiado indiferentes a la novedad del mensaje de Jesús? ¿Quién se detiene hoy en esa fuerza liberadora que aporta el Evangelio de Jesús a nuestra vida y a nuestra sociedad? Jesús no puede hacer allí milagros, tropieza con una incredulidad obstinada, pero Marcos corrige esta afirmación diciendo: “Solo curó a unos pocos enfermos aplicándoles la mano”.
Jesús no solo cura por medio de la palabra, sino por medio del tacto. El “tacto” es el primero y el principal de los cinco sentidos. Es el sentido del amor que implica la presencia, la proximidad y la ternura. Jesús nos cura a través del tacto aplicando su mano sobre cada uno de nosotros. La ternura es lo contrario a la dureza. Nos defendemos frente a la dureza, pero quedamos desarmados ante la ternura: Jesús es la ternura de Dios vuelta hacia nosotros. Así pues, también en Nazaret Jesús buscó a los enfermos y a los pobres y les aplicó las manos, es decir, les alcanzó con su proximidad y su ternura entrañable.
“Y se admiraba de su falta de fe”. La reacción de Jesús no es de cólera, sino de sorpresa ante el rechazo. Aquel día, ante el rechazo de sus paisanos, Jesús no se dejó llevar de su indignación. Sencillamente se marchó a otro lugar. Jesús se marcha de nuevo de Nazaret para llevar el fuego de su Palabra y la novedad de su mensaje a otras personas que están más disponibles para aceptarle. A pesar del fracaso de Jesús en Nazaret, en su pueblo y ante sus paisanos, eso no le paraliza, sino que continúa su misión. “Por eso, dice que recorría los alrededores enseñando”. Que situados en lo profundo de nuestro corazón, podamos abrirnos a Él que viene a ofrecernos un camino de vida y de esperanza. Podemos decirle hoy: Cristo Resucitado, eres nuestra esperanza y la esperanza de la humanidad; en ti podemos alcanzar un sentido pleno a nuestra vida humana en esta tierra.