El episodio del Evangelio de hoy tiene como escenario el mar de Galilea. La tempestad que describe, es la tempestad de nuestra propia vida. ¿Qué significa la tempestad? En el Evangelio encierra también un significado más profundo. La pequeña comunidad de los discípulos está expuesta a las fuerzas oscuras que amenazan la vida. La tempestad se puede aplicar a los acontecimientos humanos, a nuestros procesos personales, en los que a veces atravesamos por situaciones dramáticas. La tempestad, el despertar de las fuerzas de la naturaleza se interpretaba en aquella cultura como símbolo de todo aquello que parece amenazar la vida.
¿Quién no ha conocido alguna de estas tempestades cuando todo se oscurece y la barca de nuestra vida comienza a hacer aguas por todas partes, mientras Dios parece ausente o duerme? ¿A qué podemos agarrarnos y dónde podremos anclarnos en estas situaciones difíciles? “Él estaba en la popa durmiendo sobre un almohadón”. Ciertamente, contrasta con esta situación de peligro con que Él estuviera dormido sobre un almohadón.
¿Quién puede dormir en la tormenta? El Evangelio hace suponer que el cansancio de Jesús era tan grande que se duerme profundamente, sin que el vaivén de la barca le despierte. Es la única vez que el Evangelio presenta a Jesús durmiendo. Y esto en una circunstancia dramática, cuando uno no debería dormir. Es verdad que el sueño puede ser la consecuencia de una jornada fatigosa… pero el “sueño” de Jesús expresa, además, su gran confianza en el Padre y su paz interior. “Maestro, ¿No te importa que nos hundamos?”. Los discípulos reprochan a Jesús el estar ajeno al drama que viven diciéndole: “Maestro, ¿No te importa que nos hundamos?”
Este grito nace de una situación límite. Es innegable que los discípulos vivieron a lo largo de sus días situaciones que se pueden parecer a esta tempestad. Es también innegable que nosotros atravesamos, a veces, momentos difíciles en que parece que todo está perdido…Nosotros también podemos decirle: Señor ¿No te importa que perezcamos? Sí que le importa, Él está aquí y ha venido a nosotros como testigo de un amor infinito que solo Él conoce.
El Señor está presente en la barca de nuestra vida. “Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: silencio, cállate”. Jesús, despertado por los discípulos, se levanta. Los dos verbos que constituyen la orden de Jesús están en singular: silencio, cállate. La palabra de Jesús es eficaz al instante, produce la bonanza, es decir, Jesús tiene el poder de acallar las fuerzas caóticas que amenazan la vida de los discípulos, es decir, Jesús tiene la fuerza de vencer los poderes que nos amenazan hoy también a nosotros. El viento y el mar le obedecen a la palabra de Jesús.
Viene la serenidad y la paz sobre un lago tranquilo y llano. Jesús reprende a sus discípulos por su cobardía y su falta de fe: “¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?” Estas dos preguntas que Jesús dirige a sus discípulos son también para nosotros. Necesitaríamos escuchar con sinceridad las palabras de Jesús: “¿Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?”. Él también nos reprocha hoy, dulcemente, nuestra falta de fe y de confianza en Él: “¿Aún no tienen fe?”.
Nosotros nos encontramos a veces como los discípulos ante las dificultades, con la impresión de estar abandonados. Experimentamos con frecuencia el desánimo y la duda que nos impide ver el futuro con esperanza. Nos sentimos como ahogados en el mar de nuestros problemas, nuestras dudas, nuestros miedos, incapaces de darnos cuenta de la presencia del Señor entre nosotros. Vivimos además en un mundo atormentado, en una sociedad en que cada uno va buscando el “tranquilizante” que más le conviene, aunque dentro de nosotros se vaya abriendo un vacío de sentido y una falta de hondura para vivir nuestra existencia.
Necesitamos escuchar hoy las palabras de Jesús que nos invitan a la confianza: ¿Aún no tienen fe?, quiere decir, ¿aún no tienen confianza? Podemos preguntarnos: y yo ¿Tengo confianza en el Señor resucitado, a pesar de las turbulencias de mi vida? Los discípulos al contemplar la tempestad calmada, exclaman: “¿Quién es éste que hasta el viento y el agua le obedecen?” ¿Quién es éste que así domina las amenazas mortales que nos rodean? ¿Quién es éste que es capaz de hacernos superar nuestras dificultades que parecen hundirnos? ¿Quién es éste que nos libera del miedo y de la angustia? Es Jesús, el Resucitado, que permanece con nosotros todos los días de nuestra vida. Solo Él aporta una estabilidad a la barca de nuestra vida.
Solo Él tiene palabras que nos hacen vivir. Que podamos sentir la alegría de haber sido alcanzados por el Evangelio de Jesús. Nada hay más bello y más gozoso que la experiencia de encontrarnos con Él y recuperar la “calma” de nuestro corazón ansioso. Que hoy podamos tomar conciencia de que Él, Cristo Resucitado, va con nosotros en nuestra barca a pesar de que esté zarandeada por las olas y el viento, Él está presente, no hay que temer.