Homilía del Señor Arzobispo para el Viernes Santo

La Pasión del Señor

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Hemos escuchado en el Evangelio: “Todo está cumplido”. Se ha consumado todo. Se ha llegado hasta la plenitud. En la muerte de Jesús descubrimos qué significa “Nos amó hasta el extremo”. La vida de Dios llenó el recipiente de la Palabra y se está́ desbordando generosamente en el abismo del silencio y de la muerte del Señor Jesús devolviéndonos la esperanza. Celebramos el signo del amor más grande. El amor que no termina nunca. El Señor Jesús da su vida por nuestra salvación.

Cristo ha cumplido la Pascua. Ha realizado auténticamente y de manera definitiva, la pascua de un cordero sin mancha y al que no se le quiebra ningún hueso. Es la realización perfecta del nuevo Adán, aquel hombre de cuyo costado nace su esposa, la madre de todos, la Iglesia. Es la entrega total. Y de la misma manera que alguien calla cuando ya lo ha dicho todo, cuando Cristo, que es Palabra de Dios hecha carne, cumplió su Palabra, guardó el silencio de la muerte. Nuestro silencio reverente nos permite contemplar a Cristo en su silencio divino. Dios calla. Habla solo el amor. En la Cruz está el amor.

La Iglesia hoy es testigo de la verdad ante el mundo. En esta tarde recibimos un mensaje de Dios Padre: ¡miren al que traspasaron! Contémplenlo, Iglesia fiel. Se nos ha encomendado el servicio de mirar al traspasado, de contemplar la actualidad de su entrega.

Somos la comunidad que anuncia este testimonio. Se hace necesario acompañar a Cristo en su silencio. Aún más, penetrar en el silencio del Señor, donde la muerte es vencida, pues se encuentra habitada por la vida. En el Viernes Santo la muerte no es el fin, o la soledad o la negación total. La muerte ha llegado hasta rincones que no existían antes de que Jesús entregara su Espíritu.

El abandono de Dios llegó hasta el extremo ese día. Nadie se había sentido antes tan abandonado como Cristo, pues solo Él, que vivía la comunión con el Padre como esencia de su personalidad, pudo experimentar el verdadero sentido de esa ruptura. Por eso “la cruz a menudo nos da miedo – como dijo el Papa Francisco-, porque parece ser la negación de la vida. En realidad, es lo contrario. De hecho, del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina, siempre disponible para quien acepte mirar al Crucificado”.

Cristo es el grano de trigo, el alimento de la vida, que ha de morir y podrirse para producir el ciento por uno. Identificado con el hombre en la muerte, se hace puente de comunión para todos los hombres de todos los tiempos.

Ningún rincón del mapa de la soledad y de la muerte es desconocido por Cristo, que ya acompaña a todos los que caminamos aún bajo el signo del pecado y la lejanía de Dios. Hemos de acercarnos a la cruz, el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar la vida divina que nos auxilie oportunamente (como hemos escuchado en la segunda lectura de la carta a los hebreos).

Tenemos la misión de meditar el destino del que entregó su vida como expiación y tomó el pecado de muchos intercediendo por los pecadores (así aparece en el cántico del siervo que hemos escuchado en la primera lectura). Estamos en la “hora de Nona”, ahí está Jesús, ya clavado y la cruz en pié, va a decir su palabra de indulgencia y perdón contra sus agresores, ¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!, Jesús ha pronunciado una plegaria. Luego, habla con uno de los ladrones crucificado a su lado, el del otro lado se atreve a insultarlo, pero con el que habla, le pide algo y Jesús le responde, en su segunda palabra en la cruz ¡Amén, yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso!

En una escena conmovedora, Jesús de Nazaret, observa a su Madre, quien está acompañada por la Hermana de María, la mujer de Cleofás, también le acompaña María Magdalena y junto a ellas uno de los discípulos muy querido por Jesús. Es un sufrimiento para María, su madre, ver su único hijo crucificado, el que va a pronunciar su tercera palabra: ¡Mujer Ahí tienes a tu hijo!; Luego Él mira a su discípulo y le dice ¡ahí tienes a tu madre! Este es un bello gesto de Jesús, en la Cruz, nos hace sus hermanos y nos regala una Madre.

Siguen algunos silencios, Jesús ha convertido su cruz en un púlpito con sus primeras tres palabras, pero aún hay más y dice: ¡Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado! Un poco más tarde, oscuro, como consecuencia surgida de un eclipse de sol que se ve a lo lejos, queda todo sombrío, esta oscuridad aumenta la ceguera del pueblo judío. Cuando muchos ya se han retirado, con menos gente en el calvario, Jesús aún se mantiene en la cruz y por quinta vez quiere decir algo, es difícil para Él hablar, sin embargo, grita ¡Tengo sed, tengo sed!, un guardia toma una vasija llena de vinagre, sujeta a una rama de hisopo, con una esponja empapada en vinagre se la acerca a la boca.

Luego Jesús sufriendo mucho arriba de la cruz, dice su sexta palabra, ¡Todo está cumplido! Cristo ha obedecido hasta el final. Y antes de expirar, antes de exhalar su último aliento dice su palabra final, grita al mundo, ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Como discípulos amados del Maestro, permanezcamos firmes en la fe, de pie, junto a la cruz, con la Madre de los creyentes. Que, todos los nacidos del agua del bautismo y fortalecidos por la sangre del costado de Cristo recibamos el regalo maternal de la Virgen María.

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