Homilía del señor arzobispo para el VI domingo de Pascua

“Espíritu de la verdad, el que nos defiende con la verdad” (Jn 14, 15-21)

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El Espíritu de la verdad es el nuevo defensor que Jesús ruega al Padre nos envíe. Hermosa descripción del Espíritu Santo: el que nos defiende con la verdad. Y lo que define al Espíritu Santo, que habita en nosotros, debería también definirnos a los cristianos: los que vivimos en la verdad, y damos testimonio de la verdad. Y cuando decimos esto no queremos decir que defendemos “nuestra” verdad, sino que damos razón de una realidad más grande que nosotros, es decir de una verdad que nos precede, nos envuelve y guía.

En este sentido decimos que la verdad no nos pertenece, sino que nosotros pertenecemos a la verdad. Verdad, dicho sea de paso, que existe por sí misma, porque está en Dios, más aún nosotros existimos para servir a la verdad. La verdad no es relativa a cada persona y sus circunstancias (es decir oscilante o adaptativa a conveniencia), sino revelada al ser humano para que, “con limpia conciencia” conozca el mundo conforme Dios lo ama.

Las verdades de la fe cristiana las creemos y las defendemos “con dulzura y respeto”, como nos enseña el Espíritu Consolador, pero para ser dignos del nombre de cristianos no basta conocer las verdades sino vivirlas. Porque el mundo no solo necesita “maestros” sino, sobre todo, testigos. Testigos como Felipe y su predicación en Samaria. Los entendidos pueden decir verdades, pero solo los santos las viven.

Los “entendidos” quieren convencernos solo con sus palabras, los santos nos convencen con su vida. De forma más concreta: los cristianos no se distinguen solo por las verdades de la fe, de forma teórica, sino por vivir conforme al Espíritu de la verdad, irradiando de manera sencilla y espontánea su fe en los valores que van más allá de los valores corrientes, y su esperanza en algo que no se ve ni osarían soñar. El mundo no conoce al Espíritu, porque el mundo, cuándo dio muerte a Dios en su corazón, quedó huérfano.

Mundo de huérfanos, no por olvido del Padre sino por rechazo de los hijos. Vivir sin Dios es vivir en el vacío más profundo, en la mentira más engañosa, en la tristeza más paralizante. En cambio, abrirse al amor de Jesucristo, significa dejarse llevar por la vida divina. El mundo actual no es malo, sencillamente, está perdido. Y está perdido porque no escucha testigos, sino influencers.

El influencer transmite “tips” humanos, el testigo esperanza trascendente. Necesitamos a Pedro y Juan, la Iglesia apostólica, que confirme nuestra fe, para que nuestra alegría no sea vana, sino que se fundamente en la verdad. El cristiano no es aquel que quiere defenderse a sí mismo, sino el que, con sencillez, se deja defender por el Espíritu de la verdad, y guiado por Él vive conforme a la verdad. No hay mejor defensa que “la verdad”. Si la predicación de Felipe expulsó muchos espíritus malignos y “llenó de alegría la ciudad”, también hoy, dejándonos guiar por el Espíritu de la Verdad, igualmente nuestra vida y nuestras palabras, llenarán hoy el mundo de alegría.

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