Homilía del señor Arzobispo para el V domingo de Pascua

“Hay lugar para todos” (Jn 14, 1-2)

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En la Casa de mi Padre “Hay lugar para todos”, porque en “Dios vivimos, nos movemos y existimos”. Podemos entender aquí “casa” como “creación”, don recibido y encomendado, ya que “vio Dios que todo lo que había hecho era bueno”, y también podemos entender como “corazón”: realidad profunda y eterna de Dios. De esa interioridad vino Jesús, a este mundo creado y a ella nos invita. De hecho, Jesús habla de varios movimientos: “voy, vuelvo”, “estoy en el Padre, Él en mí”, “yo hago obras” y “ustedes si creen también las harán”. Este movimiento nos ayuda a comprender que para Jesús “un lugar en Dios” no es un simple espacio o posesión, sino una realidad dinámica de amor. Así mismo llama la atención en el discurso de Jesús, cómo une el presente y el futuro: “si me conocen a mí, conocerán también a mi Padre”; “crean y harán”.

Porque nuestro futuro es Jesús, y nuestro presente es Jesús. De forma que Él es el “hoy” de Dios para nosotros. En Cristo promesa y cumplimiento son una misma realidad. Porque Cristo no solo une el presente con el futuro, sino el cielo con la tierra, creer en el Hijo eterno es creer en el Maestro bueno que nos enseña, aquí en la tierra, a preparar un lugar para todos. Es decir, no esperemos sitio en el cielo si no lo compartimos en la tierra. Preparar con justicia y equidad “lugar para todos” en el mundo, no es una tarea añadida a la Iglesia, sino nuestro camino irrenunciable, nuestra vedad segura, nuestra vida plena.

Ya saben el camino para ir a donde yo voy”, nos dice Jesús. Para dibujar un trayecto, necesitamos dos cosas: saber dónde queremos ir, y saber dónde estamos. El hombre moderno renuncia perezosamente a saber dónde va, porque en su soberbia no acepta dónde está. Necesitamos con humildad y realismo reconocer dónde estamos, y expresar con sinceridad y sencillez a dónde vamos. Creer que Jesús es nuestra vida, es aceptarlo a él como meta de nuestro camino, y verdad de nuestra historia. Y de esa manera, se nos capacita para asumir esa historia a la que tenemos tanto miedo, aún sin reconocerlo.

Jesús no promete que no habrá problemas o malentendidos, de hecho, en la Iglesia naciente ya los hubo. La respuesta de los apóstoles fue clara: “escojan entre ustedes a siete hombres”. Ustedes mismos disciernan, y entre ustedes mismos escojan. La mayoría de las respuestas están ya en nosotros mismos “pueblo escogido”, y a través del “diálogo espiritual” debemos discernirlas. La primera carta de Pedro nos llama “piedras vivas” con las que el Señor construye un “templo espiritual”. Por medio de Jesucristo, camino, verdad y vida, formamos “un pueblo consagrado”, es decir, un “sacerdocio real” destinado a proclamar las grandezas de Dios, que nos ha llamado de las tinieblas del pecado a la luz de la verdad, porque en el amor de Dios, hay lugar para todos.

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