Homilía del Señor Arzobispo para el Sábado de Gloria-Vigilia Pascual

“He resucitado y siempre estoy contigo”

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Queridas hermanas y hermanos: la liturgia de hoy empieza con estas palabras: “He resucitado y siempre estoy contigo; tú has puesto tu mano sobre mí”. La liturgia ve en ello las primeras palabras del Hijo dirigidas al Padre después de su resurrección, después de volver de la noche de la muerte, al mundo de los vivientes. La mano del Padre lo ha sostenido también en esta noche, y así Él ha podido levantarse, resucitar. De manera solemne, después del recorrido tan hermoso por las lecturas de la Palabra de Dios, vamos a celebrar el Bautismo. En efecto, el Bautismo es más que un baño o una purificación. Es más que la entrada en una comunidad. Es un nuevo nacimiento. Un nuevo inicio de la vida.

La lectura de la Carta a los Romanos dice que en el Bautismo hemos sido “incorporados” en la muerte de Cristo. En el Bautismo nos entregamos a Cristo; Él nos toma consigo, para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino gracias a Él, con Él y en Él; para que vivamos con Él y así para los demás.

En el Bautismo nos abandonamos nosotros mismos, depositamos nuestra vida en sus manos, de modo que podamos decir con San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Si nos entregamos de este modo, aceptando una especie de muerte de nuestro yo, entonces eso significa también que la frontera entre la muerte y la vida se rompe. Tanto antes como después de la muerte estamos con Cristo y por esto, desde aquel momento en adelante, la muerte ya no es un verdadero límite.

San Pablo nos lo dice de un modo muy claro: “Para mí la vida es Cristo. Si puedo estar junto a Él (es decir, si muero) es una ganancia. Pero si me quedo en esta vida, todavía puedo producir fruto. Así me encuentro en este dilema: partir – es decir, ser ejecutado – y estar con Cristo, sería lo mejor; pero, quedarme en esta vida es más necesario para ustedes” (cf. Flp1,21ss).

A un lado y otro de la frontera de la muerte Él está con Cristo; ya no hay una verdadera diferencia. Pero sí, es verdad: “Sobre los hombros y de frente tú me llevas. Siempre estoy en tus manos”. A los Romanos escribió San Pablo; “Ninguno… vive para sí mismo y ninguno muere por sí mismo. Si vivimos, si morimos, somos del Señor” (14,7s). Queridos hermanos que hoy van a ser bautizados; esta es la novedad del Bautismo; nuestra vida pertenece a Cristo, ya no más a nosotros mismos. Pero precisamente por esto ya no estamos solos ni siquiera en la muerte, sino que estamos con aquél que vive para siempre.

En el Bautismo, junto con Cristo, ya hemos hecho el viaje hasta las profundidades de la muerte. Acompañados por Él, más aún, recibidos por Él en su amor, somos liberados del miedo. Él nos abraza y nos lleva, dondequiera que vayamos. Él que es la vida misma. Él carga verdaderamente la oveja extraviada sobre sus hombros y la lleva a casa. Nosotros vivimos agarrados a su Cuerpo, y en comunión con su Cuerpo llegamos hasta el corazón de Dios. Y solo así se vence la muerte, somos liberados y nuestra vida es esperanza. Este es el júbilo de la Vigilia Pascual; nosotros somos liberados.

Por medio de la resurrección de Jesús el amor se ha mostrado más fuerte que la muerte, más fuerte que el mal. El amor lo ha hecho descender y, al mismo tiempo, es la fuerza con la que Él asciende. La fuerza por medio de la cual nos lleva consigo. Unidos con su amor, llevados sobre las alas del amor, como personas que aman, bajamos con Él a las tinieblas del mundo, sabiendo que precisamente así subimos también con Él. “He resucitado y ahora estoy siempre contigo”. Dice a cada uno de nosotros. Mi mano te sostiene.

Dondequiera que tú caigas, caerás en mis manos. Estoy presente incluso a las puertas de la muerte. Donde nadie ya no puede acompañarte y donde tú no puedas llevar nada, allí te espero yo y para ti transformo las tinieblas en luz. Pidamos, pues, en esta noche: Señor, demuestra también hoy que el amor es más fuerte que el odio. Que es más fuerte que la muerte. Baja también en las noches a los infiernos de nuestro tiempo moderno de la guerra y la cultura de la muerte y toma de la mano a los que esperamos.

¡Llévanos a la luz! ¡Quédate también conmigo en mis noches oscuras y llévame fuera! ¡Ayúdame, ayúdanos a bajar contigo a la oscuridad de quienes esperan, que claman hacia ti desde el desierto de la muerte! ¡Ayúdanos a llevarles tu luz! ¡Ayúdanos a llegar al “sí” del amor, que nos hace bajar y precisamente así subir contigo! Felices pascuas de resurrección.

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