Homilía del señor Arzobispo para el  quinto domingo del Tiempo Ordinario

“Convertir la soledad en oración y la oración en encuentro” (Mc 1,29-39)

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Para el Evangelista Marcos las curaciones son una especie de victoria contra las fuerzas del mal, que adelantan, de algún modo, la fuerza mesiánica de la resurrección. En este pasaje, que narra una jornada tipo de Jesús, Él viene saliendo de la sinagoga, donde ha liberado a un hombre endemoniado, entra en casa de Pedro y se acerca para levantar y curar a su suegra. Y en la tarde, acabado el descanso sabático, le llevan a Él a “todos los enfermos y endemoniados” y a todos los sanó y liberó. Para entender mejor esta respuesta incondicionada de Jesús, hemos escuchado la primera lectura.

Job es un enfermo que pide ayuda y busca sentido a su vida, porque siente estar sufriendo una injusticia de parte de Dios pese a ser inocente. El libro de Job explora la idea de la doctrina de la retribución, y aboga por ese pensamiento que después Jesús clarificará en el Evangelio de Juan cuando le preguntan, con respecto al ciego de nacimiento, si pecó él o sus padres. El pensamiento de “causalidad” está aún muy extendido entre nosotros, y consiste en sospechar de los que sufren: “si está enfermo es por su culpa”, o “si le ha ido mal, algo habrá hecho”. Pero, como vemos, es contrario al actuar de Jesús. En vez de preguntarse qué pecado han cometido para estar enfermos, Jesús decide expresar su condición divina sanándolos sin hacer más preguntas.

El bien que recibimos de Dios no pide méritos previos, aunque sí espera agradecimiento y coherencia. El problema del mal y, en concreto, el dolor del inocente, es una vieja cuestión que pone a prueba la fe del creyente, el cual necesita purificarse de viejos conceptos para sentir la cercanía sanadora de Jesús. Sin duda, el fracaso, la enfermedad o la injusticia sufrida, son difíciles de asumir. Pero esas experiencias de limitación o soledad son las que nos permiten entrar en el ámbito interior donde se conoce y aprecia la voluntad de Dios. Es en el silencio de la oración donde la queja de lamentación se transforma en serena aceptación, sanación y liberación. La lógica humana de la retribución, que reduce a Dios a un simple mercader de favores, es superada por la cercanía, la compasión y la gratuidad de Jesús.

Hay personas, incluso creyentes, que nunca alcanzan a descubrir esta nueva lógica, porque para ello hay que encontrarse con Jesús. El final del Evangelio, en el que Jesús se aparta de los suyos para ir a orar, nos muestra el lugar del encuentro con Él. Diríamos que donde pareciera que estamos abandonados por Dios, es donde debemos dejar de buscarnos a nosotros mismos, y buscar al Dios verdadero. De hecho, dos peligros o tentaciones que tenemos son el fracaso y el éxito. El fracaso, por la decepción que produce en nosotros del (no cristiano) concepto de retribución. El éxito, que es aún más peligroso, tiene el peligro de querer quedarnos en el reconocimiento y el conformismo. Ambos riesgos solo podremos superarlos, cuando, como Jesús, nos retiramos a orar, para en la soledad de la oración acercarnos más a Dios y a nuestros hermanos.

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