Misa de Jueves Santo en la apertura del Triduo Pascual : mandamiento de la caridad, institución de la Eucaristía y del sacerdocio ministerial. Cristo quiso que su cuerpo sacramental formara parte del nuestro, para que así nuestro cuerpo débil formara parte de su cuerpo santo. Y lo quiso hacer justo inmediatamente antes de su Pasión, voluntariamente aceptada. No mucho antes, porque la Eucaristía es un “hoy sacramental” de la pascua de Cristo. Ni tampoco después porque no podemos quedarnos atrás, necesitamos “comulgar” con él, es decir, “hacer pascua” con Cristo para morir y resucitar con Él. Comulgamos para -eclesialmente- revivir la Pascua, es decir, para sumergirnos profundamente en las aguas purificadoras del Bautismo, que renovamos en la gran noche de la Vigilia Pascual.
La Eucaristía parte de un pan único, que se mantiene unido en la Pasión y que se multiplica en la Resurrección, sin perder la comunión. La comunión no es unicidad, sino complicidad. Es decir, no es eliminar la diversidad, sino vincularla en una misma fe y un mismo Espíritu. En quienes comulgan en Cristo nace lo que podríamos llamar una “amistad Eucarística”, no al estilo del mundo, sino en memoria de Jesús. Nace una especie de complicidad de la Iglesia con su Maestro y de sus miembros entre sí. Cuando hace 40 días invitábamos a vivir una Cuaresma en Comunidad, era para propiciar un Triduo Pascual profundamente eclesial.
Lo que Cristo instituyó en presencia de los apóstoles, Iglesia naciente, no puede ser celebrado sin la comunidad a la que este sacramento fue confiado. O sea, lo normal no es comulgar solos, sino caminando al altar junto a los hermanos después de rezar el Padrenuestro y darnos la Paz. Jesús es plenamente consciente de que todo le pertenece a Él, plenamente entregado para amar hasta el fin y plenamente libre para cumplir en todo la voluntad del Padre. De esa manera, al celebrar hoy la Eucaristía, se confirma nuestra fe, se fortalece nuestra caridad, se irradia nuestra esperanza. Pero, como aquella cena con sus apóstoles, también hoy unos aceptan el pan sagrado y otros lo rechazan.
Unos siguen su ejemplo de servir a los hermanos y otros, continúan escandalizándose de la humillación de Jesús, que haciéndose el último, lava los pies de los apóstoles. No estamos aquí porque somos iguales, sino porque somos hermanos. La fraternidad es un bien hermoso, pero frágil; precisa actitudes, signos y palabras que la confirman y la extiendan. El lavatorio de los pies expresa la actitud de servicio que nos reconcilia y se convierte así en signo de nuestra misión; mientras que los signos y palabras del relato eucarístico -juntos- actualizan la Pascua de Cristo en la Iglesia, creando la comunión que nos une en la tarea santa de hacer que el banquete de Cristo alcance a todos. Esa comunión es “prenda de la gloria futura”, a la cual, personas “de toda raza, pueblo y nación” estamos invitados por igual.