“Varias familias se unían para poder comer el cordero y que nada sobrara”, nos dice la primera lectura y añade el texto: “Toda la comunidad de Israel se unía para inmolar el cordero”, es decir, al reunirse en múltiples casas, pero al mismo tiempo y para el mismo fin sagrado, estaban haciéndose uno. Cuánto más, la Cena del Señor, extendida por tantos lugares y en tantos siglos, es una sola porque uno es el Cordero inmolado, una vez para siempre. La Eucaristía, “Institución perpetua de salvación”, nos constituye a todos los cristianos en una sola familia. Una vez más se trata no de una exageración literaria, sino de una experiencia real de comunión recibida del Señor y transmitida de generación en generación.
Porque en un mundo “volátil”, en el que las modas y creencias cambian de manera rápida, la Eucaristía es la memoria estable y fiel del amor más grande, el amor hasta el fin. También en San Juan aparece el tema de “La hora” de Jesús, es decir la plenitud del tiempo que se realiza en su persona. Nada es casual, sino fruto de la “Plena autoridad que el Padre le había dado a Jesús”, la autoridad máxima es la capacidad de darse del todo, sin reserva. Tampoco nuestra presencia hoy en esta misa es casual, sino para que también cada uno “tengamos la autoridad” de poder lavar los pies a los hermanos.
“Esto no puedes comprenderlo ahora”, le dice Jesús a Pedro, este acto de humillación y servicio no lo puedes valorar en criterios de este mundo, sino solamente en la dimensión pascual del Pan partido y compartido. Los actos más sublimes y hermosos no se viven en términos de poder, placer o posesión, sino de oblación y perdón. Por tanto, ese nivel tan alto de verdadera humanidad, no se nutre de la fama, la técnica o el dinero, sino del Cordero inmolado en el amor. El evangelista nos invita a “comprender” lo que hace Jesús, abajándose ante sus apóstoles, lo cual no consiste en dar grandes discursos vacíos, sino “en hacer lo mismo que Él ha hecho unos con otros”.
No somos capaces de comprender la fraternidad si no comprendemos la comunión, y viceversa. Hoy, en muchos templos, la Santa Eucaristía permanecerá en exposición para la “visita y adoración” de los fieles, para que el misterio que hemos celebrado también pueda ser contemplado y meditado pausadamente en oración. Aprovechemos esta oportunidad única, no la dejemos pasar, ¿tenemos algo mejor que hacer hoy que adorar a Dios? En la Sagrada Eucaristía nos unimos como una sola familia cristiana, con una multitud de personas que doblan sinceramente su rodilla ante el Cordero inmolado, y en memoria de Jesús, se inclinan para servir al pobre y necesitado.