“Yo soy el Buen Pastor… que conozco a mis ovejas… y doy mi vida por ellas”. Hoy, domingo del Buen Pastor, basta con meditar bien estas palabras de Jesús. “Yo soy”, yo soy Dios y me presento a ustedes con la comprensiva imagen del Pastor bueno -salmo 23-, dueño del rebaño, que lo cuida con esmero e incluso está dispuesto a arriesgar su vida por defenderlo de los peligros. Por cierto, hoy no faltan al rebaño de Cristo lobos cada vez más revestidos de lana y finos bordados. Esos enemigos piensan, “heriré al pastor y se dispersarán las ovejas”.
Ese pensamiento no debe sorprendernos, viendo lo que está sufriendo la Iglesia Católica en los últimos años. “Conozco a mis ovejas”. Conocer, en lenguaje bíblico tiene que ver con experiencia de amor. Incluso las escrituras lo usan para describir la relación conyugal, como expresión de máxima entrega y donación. Pero también en la interactuación social, conocemos bien a una persona cuando la hemos escuchado con paciencia y de alguna manera cuando hacemos nuestras sus preocupaciones y esperanzas.
Solamente puedo decir que conozco a alguien, cuando le amo. Y de manera inversa, el verdadero amor exige conocer al otro, para amarle a él como es, no como yo lo pienso. Conocimiento profundo y amor sincero se fortalecen mutuamente. “Doy mi vida por ellas”. Breve definición de “Buen Pastor” es una expresión que Cristo aplica a sí mismo, y lleva a su máxima consecuencia dando su vida en la cruz” Jn 10,11-18 Jesucristo, “aquel que ha dado la vida por quienes le siguen”. Una acertada descripción de Jesús sería decir: “el que da vida, dando la vida”.
Realmente Jesús hace “lo nunca visto”: no pide sacrificios, sino que Él se da para que muchos tengan vida y la tengan en abundancia. No perdamos esta oportunidad, dejemos que la Vida de Cristo transforme nuestra vida. Domingo del Buen Pastor. Bonito día para orar por nuestros sacerdotes. Y para que nosotros, pastores, lo hagamos por ustedes. Pero como toda imagen, es algo imperfecta. Me explico, propiamente Buen Pastor, es Jesús, solamente Él.
Nosotros debemos asemejarnos al Maestro. “Buen Pastor” es una expresión que Cristo aplica a sí mismo, y lleva a su máxima consecuencia dando su vida en la cruz. Para nosotros, sacerdotes, aún con la mejor voluntad, toda imagen no deja de tener las inconsistencias propias de nuestra humanidad. Por ejemplo, ver que un pueblo te escucha con atención es hermoso, pero puede introducirse en la persona el pensamiento de que uno mismo es la meta. La tentación de ponernos en el lugar de Cristo es la más terrible para un presbítero, cuanto más para un obispo. Propiamente nosotros somos “pastorcillos” (zagales), ayudantes del Pastor.
Y, en cualquier caso, no olvidemos que todos siempre seguimos siendo ovejas, y somos parte del rebaño. En la Iglesia o vamos juntos o vamos desorientados. O nos conocemos unos a otros y nos amamos como somos, o perdemos el oriente, es decir, olvidamos el camino hacia el sol naciente, el día sin ocaso, que es Jesucristo y su Evangelio. Jesús es el Buen Pastor, conoce y ama al rebaño y a cada oveja, también las que están lejos.