Homilía del señor Arzobispo para el III Domingo del Tiempo Ordinario

“Permaneced en mi Palabra” Jn 8, 31

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Celebrando hoy el Domingo de la Palabra de Dios con el lema “Permaneced en mi Palabra”. La Iglesia universal y nosotros juntamente con ella, agradecemos que hemos recibido esta Palabra de Vida, comprometiéndonos cada día a permanecer en ella. Ya que la Palabra nos precede, nos acompaña, nos conduce, tiene sentido celebrar este domingo al inicio del Tiempo Ordinario, para suscitar en nosotros ese compromiso por saber escuchar y atender esta voz de Dios. Tras su Bautismo en el Jordán y las tentaciones en el desierto, Jesús inicia su misión pública que San Marcos resume en dos acciones: la predicación del Evangelio y el llamado de los primeros apóstoles. Todo ello cerca del lago de Galilea, en un lugar y un horario muy frecuentados, donde eran muchos los trabajadores comunes (pescadores) y pocos los especialistas en la Escritura (escribas). El contenido de su primer mensaje es radical: crean y conviértanse. Creer es aceptar a Jesús como Buena Noticia, como Evangelio. Convertirnos es vivir conforme a lo que creemos, de una Jn 8,31 Mons. José Vicente Nácher Tatay C.M. Arzobispo de Tegucigalpa manera nueva. Este primer anuncio trae una urgencia: “el tiempo está cumplido”, que señala el presente como el momento de llegada de un acontecimiento esperado. Y la motivación es que “el Reino de Dios está cerca”, es decir, que ya empiezan a realizarse las promesas divinas en las que se fundamenta nuestra esperanza. Llama la atención la fuerza de la palabra de Jesús, la cual mueve a una respuesta inmediata y definitiva. Jesús ve y llama: no sabemos si llama porque ha visto algo en ellos -como haríamos nosotros-, o mejor si “ve” a los que Él desde siempre ya ha elegido y entonces los llama. En este sentido, podríamos preguntarnos, ¿para el evangelista quién es el discípulo? El discípulo es el que vive con el Maestro, gracias a que el Maestro ya vive en el discípulo antes incluso de él saberlo. La Palabra de Jesús, de alguna manera, supone una presencia previa (y permanente) de la que nos hacemos conscientes al escuchar su voz. Por eso la importancia de “permanecer en su Palabra”, la cual aparece como vínculo de pertenencia a su persona. La palabra, en su ser inmaterial, entra por el oído a la mente y de ésta al corazón, donde el sentimiento, la idea y la voluntad se funden. Así entendemos, que nadie se convierte en seguidor de Jesús por simple convicción sino por conversión, es decir, por la fe y la vida renovada. El mismo término “conversión” significa que por Jesús y su Evangelio, se cambia la ruta de la vida en busca de una nueva meta. “Permaneced en mi Palabra” nos dice Jesús, que es como decir “permaneced en mí”, y como Pedro podríamos también nosotros responder, “solo tú Señor tienes palabras de vida eterna”. El mejor ejemplo de ese permanecer en la Palabra es María, que la meditaba en su corazón. Para ella la Palabra de Dios le era connatural: la escuchaba, la meditaba, la cumplía y la compartía. Que sea también así en nosotros, que como María podamos “permanecer en su Palabra”.

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