Homilía del señor Arzobispo para el III domingo del tiempo de Adviento

“No venimos para huir de nuestra realidad, sino para iluminarla” (Jn 1, 6-8. 19-28)

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“Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva”. Así, hemos escuchado en el salmo, proclama María su cántico de agradecimiento tras el encuentro de fe con Isabel. El momento del “Magníficat” (así se conoce este poema) es tras el diálogo de ella con Isabel. Al escuchar a los otros, nos conocemos mejor. María es consciente de su pequeñez y a la vez de la obra que Dios ha hecho en ella. La verdadera humildad no es dañar nuestra dignidad, ni negar las cosas buenas que hacemos, sino reconocer que todo lo bueno que elegimos y hacemos, es por Dios.

La esperanza profética de Juan llena el desierto de “desiertos”. Es decir, muchas personas, que sienten desierto su corazón, van al otro lado del Jordán, donde clama la solitaria voz de Juan. Buscan al Bautista porque han sufrido el engaño del pecado, que, con su promesa de satisfacción inmediata, no había hecho más que Jn 1, 6-8. 19-28 Mons. José Vicente Nácher Tatay C.M. Arzobispo de Tegucigalpa hacer más árida su existencia.

Por ello, Juan, lo que pide es “preparar el camino, allanar las sendas”, es decir, que se bauticen con agua como expresión de arrepentimiento, mientras aguardan a Aquél que es más grande. Juan sabe que es testigo de la luz, no la luz, enviado por Dios a preparar la mirada de los suyos para reconocer al verdadero Mesías. Jesús es el esperado desconocido. Nadie conoce al Padre sino el Hijo, ni al Hijo sino el Padre, y aquellos a quienes Dios se lo quiera revelar. ¡Cuánto necesitamos “voces del desierto” que nos ayuden a reconocer al Salvador! Porque hoy el mundo sigue la senda opuesta: huye de la austeridad del Bautista, y corre al ruido de la ciudad, seducido por luces engañosas del placer, el poder y el tener. La voz del profeta es el medio humano que nos acerca a la palabra divina. Necesitamos personas que estén dispuestas a prestar su voz al Señor. Preguntando si Él era el Mesías, le estaban confiriendo un gran honor. Pero él responde con sencillez: “no soy el Mesías”.

Lo fácil hubiera sido aceptar el alago, y hacerse pasar por lo que no era. ¿Cómo pudo Juan ser tan realista, tan transparente? Deberíamos volver al salmo responsorial, al encuentro de María con Isabel. Mientras Jesús aún no había iniciado su misión pública, el gran ejemplo de sinceridad y entrega que Juan había conocido desde niño como referencia, posiblemente, fue su tía María. La cual, a su vez, en su concepción inmaculada, recibió el don de ser Madre de su Maestro, como acabamos de celebrar anteayer. Este tercer domingo de Adviento, nos unimos a alegría de María, porque nuestro Salvador está cerca, y pronto cumplirá su promesa.

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