Homilía del señor Arzobispo para el II Domingo del Tiempo Ordinario

“El ser humano lleva dentro de sí una promesa de algo más” (Jn 1, 35-42)

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En este domingo, el primero tras las fiestas de Navidad, se nos presenta el tema de la vocación, no solo como una cuestión personal fundamental, sino como elemento decisivo en la vida eclesial. “¿Dónde vives Maestro?”, preguntan a Jesús los dos discípulos que habían dejado al Bautista para seguirle. Y Jesús, admirado por la valentía de su seguimiento, les responde a estos “buscadores”: “vengan a ver”. Aunque le reconocen como Rabí, no le preguntan a Jesús, ¿qué enseñas?, sino “¿dónde vives?”, porque para el verdadero discípulo lo importante es estar con Jesús, ya que quién está con el Hijo está con el Padre.

Estos dos discípulos representan a todas las personas que sienten en su interior una inquietud, diríamos una “sana insatisfacción”. El ser humano lleva dentro de sí una promesa “de algo más”, “ese más” que a la vez le supera y le estimula. No hay vida feliz sin un motivo por el que vale la pena dar la vida. Las lecturas de hoy nos sitúan ante el misterio de la vocación, es decir, de un Dios que llama Jn 1, 35-42 Mons. José Vicente Nácher Tatay C.M. Arzobispo de Tegucigalpa conforme a su elección y una persona que escucha y responde en virtud de su obediencia. Y aparece también una tercera figura muy importante, la del testigo: Elí para Samuel, Juan el Bautista para los dos discípulos, Andrés para Simón. La mediación humana juega un papel decisivo en la dinámica vocacional, razón por la cual, la llamada “pastoral vocacional” es fundamental para la Iglesia.

En este sentido, recordemos, se ha solicitado a cada parroquia (del mundo), que tenga un “equipo de promoción vocacional”. A este equipo o comité le corresponde liderar la animación y discernimiento que toda comunidad cristiana debe realizar en su interior para dar a la Iglesia aquellos hombres y mujeres llamados a servir a sus hermanos de manera plena y permanente. Una función de los miembros del equipo de promoción vocacional, es acompañar a sus hermanos hasta Jesús con el propio testimonio, como Andrés hizo con Simón. Un elemento decisivo de la vocación es la mirada de Jesús.

Una mirada que no se fija en los méritos, sino en la verdad de la búsqueda. Una mirada que transforma y que llama. Retomando los textos de este domingo, la vocación de Dios, cuenta con la colaboración de la comunidad eclesial, que permite a cada joven reconocerse “mirado por Dios”. Se ha dicho y con razón, que no hay crisis de llamada de Dios, sino de respuesta humana. Vocación, libertad y responsabilidad están vinculadas. Samuel, muy joven asumió su responsabilidad y aprendió a responder: “habla, Señor; que tu siervo te escucha”. Somos responsables, porque somos libres, porque solo alguien que se posee a sí mismo puede darse. ¿Será la crisis de las vocaciones una falta de dominio de sí mismo, como nos hablaba la segunda lectura? Aceptemos la mirada de Jesús y permitamos que Él nos transforme en templos de su Espíritu e instrumentos al servicio de su Iglesia.

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