Estas palabras tienen hoy un eco especial al contemplar el misterio de la Transfiguración del Señor. Por un instante, los discípulos contemplan la maravilla del rostro de Jesús que transparenta el resplandor de la vida. El Evangelio de hoy nos invita a entrar en la experiencia gozosa de la presencia y del amor de Dios en nuestra vida.
Comienza el texto diciendo: “Que Jesús se llevó a Pedro a Santiago y a Juan a lo alto de una montaña para orar”. Es decir, Jesús elige a los tres discípulos más representativos y que mayor resistencia oponen a su mensaje para mostrarles el estado final del ser humano: toda la humanidad está llamada a la Transfiguración.
“Lo alto de una montaña alta” ¿A qué montaña suben? Probablemente al Tabor, a la orilla de Nazaret. ¿Pero qué significa la montaña alta? Significa el lugar del encuentro con Dios y de la transformación humana. La montaña no está fuera, sino dentro de nosotros. Es un lugar interior donde necesitamos encontrarnos de verdad. Jesús también necesitaba a veces, retirarse a esa montaña alta para entrar en una relación profunda con el Padre, con lo esencial de su vida. ¿No necesitamos nosotros también retirarnos a lo alto de una montaña? ¿No necesitamos también, de una profunda relación con Dios que transforme nuestra vida?
Una vez arriba, “mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de blanco”. El rostro de Jesús y sus vestidos resplandecían con toda la luz de Dios. Jesús fue “transfigurado”, un cambio notable se da en su rostro y en sus vestidos. Su rostro brillaba e iluminaba su cuerpo. Nuestros cuerpos como el cuerpo de Jesús transfigurado, están llamados a dejar pasar la luz; Si, la luz de Dios tiene que pasar también a través de nuestros cuerpos, a través de la expresión de nuestros rostros, a través de nuestras miradas, de nuestras sonrisas y de nuestros abrazos que curan… ¿Qué podemos hacer para que nuestros cuerpos y nuestra vida, transparente la Luz de la vida?
Podemos decir que toda la humanidad está llamada a esa transfiguración. La transfiguración de Jesús es la transfiguración a la que todo ser humano está llamado. Jesús quiere dejar claro que el final de todo es el triunfo de la vida. ¡Como necesitamos también nosotros esta experiencia interior de luz y de gozo! A veces, nuestro camino se hace duro, nos asaltan las dudas y los miedos, y nos sentimos débiles… Por eso, necesitamos la experiencia interior de la presencia del Señor Resucitado en nuestra vida.
Pedro se convierte en portavoz del grupo: “Maestro, qué hermoso es quedarnos aquí”. Esta reacción de Pedro demuestra que no se ha enterado de nada, Pedro continúa cerrado en sus antiguas creencias y quiere mezclarlo todo, por eso propone hacer tres chozas… Pedro no comprende que esa experiencia de la Transfiguración es un acto de amor de Jesús a los discípulos para librarlos de los ideales mezquinos que les impiden acceder a la verdadera vida. A Pedro esta visión le llena de bienestar y no quiere que esa experiencia termine. A nosotros nos pasa también como a Pedro, queremos instalarnos en el bienestar. Hoy, esto se refleja en la llamada “sociedad del bienestar”.
Ve el mundo solo a la luz del progreso, del desarrollo, del crecimiento económico, del sometimiento de toda la realidad a la razón, pero la historia ha demostrado que esa no era la solución. Los cristianos necesitamos bajar al valle de los que sufren como hace Jesús y transparentar la luz de la vida en las periferias de nuestro mundo. No podemos refugiarnos de continuo en la montaña, en las experiencias espirituales y en un intimismo.
Necesitamos afrontar la realidad y aceptar el mensaje y el camino de Jesús. Una nube entra en la escena. “Llegó una nube que les cubrió… Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido, escúchenlo”. ¿Qué representa la nube? La nube es el símbolo de la presencia de Dios, de la manifestación de Dios. La voz constituye un punto culminante en esta escena. La voz revela quién es Jesús: “Este es mi Hijo, el escogido, escúchenlo”. Pero además hay una invitación: “Escúchenlo”. Es decir, Jesús es el único al que hay que escuchar.
Solo a Jesús, el Hijo escogido, es al único que hay que escuchar. No hay que escuchar ni a Moisés ni a Elías, sino a Jesús en el que se nos revela el designio de Dios sobre nuestra vida. Necesitamos escuchar a Jesús y abrirnos al misterio. Quizás nuestro mayor problema sea habernos hecho incapaces para escuchar esa voz que resuena en nuestro interior. En estos tiempos difíciles necesitamos más que nunca vivir escuchando a Jesús, el Señor. ¿Pero hago espacio en mi vida para escuchar a Dios? ¿Puedo hoy escuchar las palabras que Jesús me dirige personalmente? “Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo”.
Moisés y Elías han desaparecido, es decir, la ley y los profetas han desaparecido y aparece solo Jesús; es decir, no tenemos que escuchar más que a Jesús. Los cristianos hoy necesitamos volvernos de nuevo a Jesús, fuente de amor verdadero y de esperanza plena. Jesús es la belleza que salva al mundo. Solo la certeza de su presencia en nuestro interior llena de alegría y de sentido nuestra vida. Hoy podemos también repetir con el salmo de la liturgia de este domingo: “Eres mi luz y mi alegría, eres la defensa de mi vida… Tu Rostro buscaré, Señor, fuente de toda belleza”. (Sal 26).