Homilía del señor Arzobispo para el II domingo de Pascua

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Esta Octava de Pascua es conocida como el Domingo de la Misericordia, expresada justamente por el propio Resucitado, que a pesar de las puertas cerradas por el miedo (y la falta de fe), se hace presente a los discípulos reunidos. El saludo de Jesús es el Shalom, la Paz divina que contiene en sí la verdad, la justicia, la libertad y el amor. Acto seguido, y sabiendo la dificultad de comprender su presencia, Jesús les muestra las manos y el costado. Porque lo que la gente necesita no son solo “grandes mensajes” sino mensajeros creíbles. En este caso va todo unido: Jesús es digno de ser creído y él mismo es en quién hay que creer. Distinto en nuestro caso, -segunda lectura- que debemos esforzarnos en ser creíbles “guardando sus mandamientos”, pero que debemos cuidarnos mucho de anunciarnos a nosotros mismos. Los apóstoles -primera lectura- “daban testimonio de la resurrección de Jesús”.

También hoy se necesita valor para anunciar Resurrección a un mundo sin fe que niega la realidad de la muerte. En general, solo se admira el éxito y solo se comparte el perfil más agradable que tenemos. Casi nadie muestra sus heridas si no es para victimizarse y reclamar atención. Jesús en cambio, no teme mostrar sus manos y su costado, testimonio eterno de entrega y perdón. Y a continuación, exhala su Espíritu. No consta en esa primera visita que existiera un diálogo explícito entre los discípulos y Jesús. Su misma presencia llena a todos de paz y alegría. “A los ocho días”, y es muy significativo el ritmo del encuentro dominical, volvían a estar reunidos y Tomás con ellos. Las palabras de los discípulos no habían bastado, porque Tomás debía tener su propio encuentro con el viviente. Jesús vuelve a saludar con la paz a todos y después se dirige particularmente a Tomás. Nos recuerda que cada domingo es un encuentro comunitario y personal con Cristo en la Eucaristía. No consta que Tomás llegue a tocar las heridas, solo ve a Jesús, cree y confiesa: “Señor mío y Dios mío”.

No se puede decir más con menos. Muchas veces nuestro propio arrepentimiento es la mayor profesión de fe. Como decíamos, en un mundo que presenta como atrayente lo que es fuerte, bonito y rico, Jesús sigue mostrándonos sus heridas como puerta de entrada en la nueva vida de la fe. La alegría de la Pascua no nos hace olvidar los que sufren y están heridos en la humanidad. Ni tampoco nos hace negar nuestra propia precariedad física, psicológica y de todo tipo. Al revés, es a través de nuestras heridas como más fácilmente nos identificamos con Cristo “herido y resucitado”. De hecho, ¿qué otro acceso hay a la resurrección sino el que pasa por la cruz y la sepultura? Algunos, muy de moda, hablan de “prosperidad” humana para reflejar su fe, pareciera que solo en el éxito económico y social se manifiesta la bendición de Dios. En cambio, Jesús muestra sus heridas como camino cierto de fe. Su Espíritu nos enseña que la debilidad y los fracasos humanos, por su Misericordia, nos acercan a la Pasión y Resurrección de Jesucristo. Feliz Pascua a todos.

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