Homilía del señor Arzobispo para el II domingo de Adviento

“No venimos para huir de nuestra realidad, sino para iluminarla” Marcos (1, 1-8)

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¿Qué significa “hablar al corazón de Jerusalén”? como pide el Señor al profeta Isaías. Significa primero, “hablar de corazón”, es decir, con sinceridad y responsabilidad. Significa hablar a las personas y de lo que realmente es importante para ellas, lo que está en su preocupación interior. Hablar a Jerusalén es hablar al pueblo de Dios que espera una palabra de su Señor. Por ello, “Hablar al corazón de Jerusalén” no significa palabras bonitas que alaguen los oídos, ni falsos populismos que eviten el esfuerzo y el compromiso. Escuchar con el corazón abierto es para lo que hemos venido este 2° domingo de Adviento a la misa. No venimos a que se nos hagan vanas promesas, ni se nos engañe.

No venimos para huir de nuestra realidad, sino para iluminarla. Hablar al corazón no quiere decir quedarse en las emociones o sentimientos, sino algo mucho más profundo. Hablar al corazón, como hace San Juan Bautista, es anunciar una noticia esperada y al mismo tiempo novedosa. Juan Bautista, la voz que grita en el desierto, es cualquier Marcos (1, 1-8) Mons. José Vicente Nácher Tatay C.M. Arzobispo de Tegucigalpa cosa menos un “populista” que busca complacer a sus oyentes. Juan Bautista es de esas personas que toda sociedad necesita: auténticas, austeras, valientes.

Siempre nos hemos preguntado ¿qué tenía Juan Bautista para atraer a gente tan distinta al desierto? Donde no había ninguna comodidad, donde no había ganancia económica, donde muchos se sentían solos… allí estaba Juan y allí acudía la gente. Y así sigue siendo. Una iglesia que cayera en la tentación de complacer los oídos de la gente dejaría de ser fermento de salvación. Si lo que ofrecemos es más comodidad, más tranquilidad, más justificación… entonces no estamos ofreciendo nada que otros no den. Cuidado con hablar a Jerusalén desde el palacio de Pilatos. Cuidado con ser una voz más como cualquier otra. Cuidado con hablar y no vivir. Y esto es lo que caracterizó a Juan Bautista, un radical convencimiento de cual era su misión: preparar el camino del Señor.

“Preparadores del camino” es una bella definición de “evangelizadores”. El “evangelio” (antes de Jesús), era una palabra que significaba el anuncio de la venida del rey. Evangelizar, era y es, disponer a las personas para la llegada del Señor. Y es lo que este 2° domingo de Adviento nos propone: vivir “limpios e intachables” disponiéndonos así a la promesa de Dios: unos cielos nuevos y una tierra nueva, que sean morada de rectitud. Una vez para siempre fuimos bautizados con Espíritu Santo, por el sacramento de la Iglesia. Nuestro pecado no borra esa gracia, pero sí la oculta y la contradice. En Adviento necesitamos confesarnos, es decir, expresar nuestro arrepentimiento y pedir la absolución sacramental. Adviento es también -como predica Juan Bautista-, tiempo de conversión. Nos preparamos para la venida de Alguien más grande que nosotros y que, a la vez, se hace pequeño por nosotros.

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