Estas palabras de Jesús a Zaqueo son también para nosotros: “Hoy tengo que alojarme en tu casa”. Este “hoy” en el Evangelio tiene un sentido especial. Es el “hoy” de Dios, es la oportunidad que Dios nos ofrece a cada instante de vivir, crecer y avanzar en nuestra vida. Jesús dice: “hoy tengo que alojarme en tu casa”. Hoy y no mañana. Todo ocurre en Jericó, la ciudad de las palmeras a 11 Kilómetros del rio Jordán.
Zaqueo, se trata de un “hombre rico, recaudador de impuestos”, rico a costa de los otros, porque los está explotando. Y además es un “jefe de los publicanos”. Y, por tanto, considerado despreciable por su colaboración con Roma. Por eso, Zaqueo era un hombre mal visto, despreciado de los demás y, quizás, de sí mismo, era también un marginado religioso. Podemos decir que Zaqueo era un corrupto despreciable.
“Y trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía” Quizás ha oído hablar de Él y se ha sentido atraído por Él… Tal vez, siente admiración por Él y desea verle. Pero hay una dificultad, es pequeño de estatura y hay una gran multitud y nadie le va a dejar un sitio para ver a Jesús porque nadie le quiere. Y entonces, se encarama a un árbol para ver pasar a Jesús: “Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por ahí”. Zaqueo se adelanta corriendo, habitado por el deseo de verlo y se sube a una higuera. ¿No resulta un tanto ridículo que, siendo un hombre de buena posición, un jefe de recaudadores, se suba a un árbol? Sin embargo, quiere ver a Jesús y eso es lo importante. Todo lo demás es relativo… ¿No hay momentos en que Jesús pasa por nuestra vida como por la vida de Zaqueo?
Pero cuando Jesús pasa, es Jesús quien ve a Zaqueo, es decir, se invierten los papeles: Zaqueo es el que quería ver a Jesús y ocurre lo contrario, que es Jesús el que ve a Zaqueo. Jesús no ve el mal de Zaqueo, sino la belleza interior de ese hombre. Cuando Jesús lo miró, “alzando la vista”, Zaqueo se sintió mirado de tal manera que todo su interior se vino abajo. Esa mirada de Jesús cambió su vida. Jesús apuesta por las posibilidades de todo ser humano aún no descubiertas por sí mismo. Jesús apuesta por lo mejor que hay en cada ser humano, aunque nosotros siempre tenemos la tendencia a ver lo peor y a ver también en nosotros lo peor. Jesús, sin embargo, ve lo bueno de nosotros, ve nuestro corazón. Jesús viene para cada uno de nosotros, a pesar de nuestras fragilidades. Sí, Jesús le llama por su nombre, le dice Zaqueo. Ya saben la importancia que tiene el nombre en la cultura bíblica, es la expresión del amor. Jesús le dice: “Zaqueo, hoy tengo que alojarme en tu casa”.
Estas palabras expresan todo el imperativo del corazón de Dios que se inclina hacia el ser humano amado por Él. Es como si le dijera: quiero ser tu huésped. Quiero que entre tú y yo haya una relación personal, quiero ser tu amigo ¿Aceptamos ser su amigo? Este hoy tiene un sentido profundo en el Evangelio de Lucas. Y, además, “en tu casa”. Querer entrar en casa es una manifiesta provocación. Particularmente, para la teología farisaica que desdeñaba todo contacto con los pecadores.
Pero Jesús desea establecer una relación personal con cada uno de nosotros. La “casa” es nuestro interior. ¿Le acogeremos hoy en nuestra casa? “El bajó en seguida y lo recibió muy contento”. Zaqueo baja en seguida y está lleno de alegría. Zaqueo le abre la puerta de su corazón con alegría. Que no olvidemos que la alegría y el gozo son frutos de una auténtica relación con Dios. El Evangelio es un mensaje de felicidad y de alegría.
Tal vez, tendríamos que preguntarnos: ¿Nos llenamos de alegría al recibir a Jesús, que viene siempre a nuestra casa? Al ir a casa de Zaqueo, Jesús echa a perder su reputación a sabiendas: “todos murmuraban de él”. Realmente, contrasta con la alegría de Zaqueo la murmuración de los demás. Es un escándalo.
Ciertamente, el comportamiento de Jesús resulta ofensivo respecto al pensamiento dominante y desencadena una avalancha de crítica y de murmuración. Jesús da todo por amor a Zaqueo: le ama como un ser único. Además, Jesús pierde la oportunidad de encontrarse con la multitud que le esperaba en Jericó y entre todas las casas de la gran ciudad de Jericó, elige la casa de Zaqueo.
Jesús echa por tierra su propia reputación por amor a Zaqueo. Zaqueo acoge a Jesús, tal como está y comprende que, para Jesús, él cuenta. Ya no se considera más como alguien despreciable, sino que se siente amado por Jesús y toda su vida cambia. Su vida se transforma en este encuentro con Él. Zaqueo, se da cuenta después de haberse encontrado con Jesús, de que su vida no puede seguir igual. Por eso dice el texto del Evangelio, que “Zaqueo se puso en pie y le dijo. Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres y si a alguien le he sacado dinero, se lo restituiré cuatro veces más”. Jesús le contestó: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
Pero, ¿Qué pasó en él para que se diera aquel cambio tan profundo y tan rápido? Zaqueo se sintió amado por Él. Se sintió preferido, único, que su vida era valiosa. La amistad y la comunión con Jesús le hacen feliz, alegre y abierto como las puertas de su casa. Jesús llama también a la puerta de nuestra libertad y pide que le acojamos como amigo. Que podamos acogerle en nuestro corazón y decirle: “Señor, concédenos la alegría que experimentó Zaqueo al acogerte en su casa. ¡Ven a mi casa!”