Homilía del Señor Arzobispo para el Domingo de Resurrección

“No está aquí, ha resucitado” (Jn 20, 1-9)

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Hoy es el “tercer día” del Triduo Pascual y a la vez el inicio de la cincuentena. Hoy es el domingo más importante del año, el domingo del cual reciben sentido todos los demás domingos del año. Hoy es el día que hizo el Señor, hoy es el día del triunfo y de la gloria. La exaltación que Juan veía ya en la cruz hoy se hace realidad y experiencia deslumbrante. Cristo ya no está en la tumba, ya no está en el lugar de los muertos. “No está aquí”, muerto y necesitando nuevos ungüentos, Cristo el Ungido, ya perfuma el universo. ¡Cristo ha resucitado! Al que vimos triturado, lo vemos ahora resplandeciendo.

La Oración Colecta no puede ocultar su alegría: “En este día has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo, vencedor de la muerte” y pide que esta Pascua histórica, que estamos celebrando, nos oriente hacia la eterna: “Que renovados por el Espíritu, vivamos en la esperanza de nuestra resurrección futura”.

El prefacio describe, lapidaria y magistralmente, el contenido de la fiesta de hoy: Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado, Muriendo, destruyó nuestra muerte, resucitando, restauró la vida”. Parece el informe de una batalla, el telegrama de una victoria anunciada a la comunidad. Leyendo, desde hoy, el libro de los Hechos de los Apóstoles durante el tiempo pascual, se nos propone el ejemplo de aquella comunidad que dio testimonio de su fe en Cristo Jesús y se dejó guiar por su Espíritu en su expansión al mundo conocido. Las primeras “evangelizadoras” fueron las mujeres. En el Evangelio que escuchamos anoche, ellas acudieron al sepulcro llevando los aromas y oyeron de labios de los ángeles la noticia: “No está aquí, ha resucitado”.

En el Evangelio de Juan, el día de hoy, es Magdalena la que va al sepulcro, lo ve vacío, y corre a anunciarlo a los apóstoles. Luego, serán los apóstoles, los ministros de la comunidad, los que aparecen en el Libro de los Hechos como anunciadores de Cristo valiente testimonio de la Resurrección del Señor. Ahora somos nosotros los que, en este siglo, hemos de correr a anunciar a Cristo a este mundo, a nuestra familia, a nuestros amigos, a la sociedad. Los cristianos no solo debemos ser buenas personas, sino además “testigos” de la Resurrección de Cristo, con nuestra palabra y, sobretodo, con nuestras acciones.

La Pascua de Cristo debe contagiarnos hasta convertirse en Pascua nuestra, de modo que imitemos la vida nueva de Jesús. Es lo que le preocupa a San Pablo. En su carta a los Colosenses les invita a que, ya que en su ser, en su naturaleza, han recibido la vida de Cristo en el Bautismo, ahora se trata de que, en la práctica, vivan de forma pascual, de forma resucitada. Para Pablo eso significa “buscar los bienes de arriba, no los de la tierra”. Esta frase, seguramente la hemos escuchado muchas veces, pero seguimos buscando, atrapando, acaparando las cosas de aquí abajo. Nuestras palabras, por muy espirituales que sean, de nada servirían si seguimos hundiendo nuestras manos en los negocios más lucrativos de aquí abajo.

Si celebramos bien la Pascua, también nosotros hemos de morir a lo viejo y resucitar a lo nuevo, morir al pecado y vivir con Cristo en su novedad de vida. Al final seremos resucitados, pero ya ahora vivimos como resucitados, alimentados como estamos de la Eucaristía, que nos hace participar de la vida ya definitiva del Señor. No tenemos autorización de quedarnos parqueados en este camino. Pascua es camino, viaje, carrera, impaciencia por anunciar al Resucitado. No se trata de agitación ni de prisa, sino de colocarnos en el lugar preciso. “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?”.

Ya no podemos seguir custodiando sepulcros vacíos, los mismos archivos llenos de polvo, los mismos vicios de siempre, una fe enmohecida por la rutina. Nuestro papel no es el de los guardias puestos para vigiar tumbas. Nuestro papel es el de las mujeres encargadas de contar, de recordar lo que los apóstoles habían olvidado, de informar que está vivo, no en el sepulcro, sino en otra parte. Puede ser que, si vives alegre, aún en medio de las pruebas o pones amor donde hay odio, perdón donde hay ofensas, actitud servicial humilde donde todos se aprovechan, piensen que estás “desvariando”, como pensaron de las mujeres que volvían del sepulcro vacío.

Hoy, la Iglesia y las comunidades cristianas, se revisten de sus mejores galas porque en ellas Cristo resucita, es el triunfo de la vida. Y cada comunidad es Galilea, donde se reúnen los que creen y los que aman. Él está aquí, en medio de nosotros, y nos habla al corazón. Él está aquí, nos cura de nuestras dudas y de nuestros miedos. Él está aquí, se deja palpar y exhala su Espíritu en nosotros. Él está aquí, y nos alimenta con su Cuerpo. Él está aquí, y nos renueva, nos pacifica, nos resucita. Él está aquí, y nos envía a ser testigos de su Resurrección.

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