“!Esta Semana Santa es una oportunidad para conocer la santidad de Jesús, es decir, para comprender el gran misterio de la vida, que no está separado del verdadero misterio de la muerte”
Con el Domingo de Ramos, iniciamos la Semana Santa, no solo para admirarla, sino para vivirla. Y vivirla para comprender la vida. ¿Qué celebramos en la Semana Santa? La humanidad más humana, la divinidad más cercana… la debilidad más santa. Celebramos a Jesús en “su hora”, es decir, en su plenitud de entrega y obediencia por nuestra salvación.
¿Dónde quieres que preparemos la cena? Le preguntan los apóstoles, sin saber muy bien la grandeza de lo que estaba ocurriendo. Y aún hoy, lo que vamos a vivir en estos días Santos es muy superior a nuestra fuerza y comprensión. De hecho, la gracia redentora que se va a derramar no depende de nosotros, pero sí depende de nosotros su recepción. “Velen y oren para que no desfallezcan”, porque nada bueno podemos sin Dios, pero tampoco nada “sin nosotros” que hemos de unirnos a Jesús, y aprender a decir al Padre: “hágase en mí según tu voluntad”.
La figura de Pedro, tan poco edificante en su negación, nos resulta no obstante cercana y le comprendemos bien, porque también nosotros, necesitamos muchas veces de las lágrimas de nuestro arrepentimiento para lavar la cobardía de nuestro pecado. Pecado personal y social, que sigue poniendo su esperanza en la agresividad y soberbia de Barrabás y despreciando la mansa y santa realeza de Cristo. Pongamos atención a cómo asistimos a las procesiones y Vía Crucis. Son bellas expresiones de la fe del pueblo, pero solo adquirimos su significado profundo cuando participamos en las celebraciones litúrgicas del Triduo Pascual. De lo contrario, seríamos como aquellos que presenciaban pasivamente como escupían y golpeaban a Jesús, pero no compartían el peso de su cruz.
Sería una nueva burla al Señor negarnos a acompañarlo esta Semana Santa. Simón de Cirene nos enseña, que la cruz en sí es insoportable, pero en el camino de Jesús adquiere sentido. Al aceptar los sufrimientos por amor, no solo nosotros le ayudamos a Cristo hoy, sino que Él nos ayuda a nosotros. Es una de esas verdades que solamente quien lo ha vivido lo puede creer.
En nuestra desesperación personal (¿y falta de fe?), nos quejamos muchas veces de que Dios nos ha abandonado… En verdad, el abandono único, fue con su propio Hijo, al que dejó en su condición humana para que (el que era eterno por naturaleza divina) pudiera morir, y muriendo resucitar, y resucitando, rasgar en su cuerpo roto el velo del Templo para que Dios estuviera para siempre con nosotros y nosotros con Él. Como aquellos sepultureros, también hoy muchos sellan el sepulcro de la muerte, ¡pero desde dentro! Despreciando las promesas del Señor, quedan en una oscuridad “sin Dios”. Muchos viven -y pareciera que quieren vivir- en la muerte del pecado, sin dejar que la Misericordia mueva la piedra -del pecado- que esclaviza. Dejemos a Dios que ilumine nuestra vida. Esta Semana Santa es una oportunidad para conocer la santidad de Jesús, es decir, para comprender el gran misterio de la vida, que no está separado del verdadero misterio de la muerte. Porque “en la vida y en la muerte somos del Señor”, ese es el sentido de nuestra existencia. Esta no es una semana más, es un tiempo santo y de santificación, un llamado a esperar con fe, como María Magdalena y la otra María, que miraban todo con dolor, pero con amor, ese amor que enciende la luz interior que nos guía a la vida santa en Dios.