Este es el grito que resuena en el Evangelio de este Domingo de Ramos. Es el grito de los discípulos y el grito de nuestra fe hoy… ¡Bendito, el que viene en el nombre del Señor! Estas son las aclamaciones del pueblo a Jesús en su entrada en Jerusalén. Jesús ha despertado mucha esperanza en el corazón de la gente humilde, pobre, olvidada, y se produce una verdadera manifestación popular… Jesús sube a Jerusalén en medio del gentío, el entusiasmo y las expectativas que estuvieron vinculadas a la fiesta de la Pascua.
“Se acercaban a Jerusalén por Betfagé y Betania”. Como hemos escuchado en el Evangelio de hoy, Jesús llega a Jerusalén desde Betfagé y el monte de los Olivos: Subir a Jerusalén era motivo de alegría, se subía como en una procesión, cantando, saludando a los amigos que se iban encontrando en el camino. Se subía para vivir un momento gozoso, para recordar el gran gesto de Dios que liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto. Jesús ha subido muchas veces. Pero esta vez va a ser diferente porque intuye que el desenlace de su vida está cerca.
“Vayan a la aldea de enfrente y encontrarán un burrito atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo”. Llama la atención que pida un burrito prestado. El burrito no es suyo, pero tiene amigos que se lo pueden prestar. Frente al caballo guerrero de los reyes de Israel, Jesús quiere cabalgar sobre un burrito que nadie ha montado todavía. ¿Por qué en un burrito? Porque el burrito representa la mansedumbre y la paz frente al caballo, símbolo de la violencia y de la guerra. Y Jesús es un Mesías pobre, lleno de mansedumbre y de paz.
¿Qué podemos aprender de Jesús en este gesto de paz y de mansedumbre? Y ¿Por qué el detalle de “un burrito que nadie ha montado todavía”? Porque ningún Rey de Israel, ningún jefe del mundo, líder político, ha ejercido, sin usar la violencia y la fuerza. Jesús es el primero que viene como Rey de la paz, de la humildad, de la mansedumbre…Él no ejerce con la violencia, Él no se impone a nadie, solo viene a ofrecernos la paz. Viene a abrirnos un camino de amor y de comunión para todos. ¿Le abriré mi corazón a Él que viene con su paz? “Le llevaron el burrito, le echaron encima los mantos y Jesús se montó”. Echar los mantos encima del burrito es una señal de reconocimiento y expresa la confianza que depositan en Jesús. Además, muchos alfombraron el camino con sus mantos. Otros con ramas cortadas en el campo. Los que iban delante y detrás gritaban: ¡Viva! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el Reino que llega!”. “¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna!”.
La expresión ¡Hosanna!” es una oración israelita que se puede traducir literalmente: ¡Sálvanos, por favor! Y el “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!” expresa que Jesús viene en nombre de Dios, como su representante sobre el mundo para realizar su obra en Jerusalén. La entrada de Jesús en Jerusalén montado en un burrito, no fue una entrada triunfal que pudiera ser reseñada en los libros de Historia; tampoco aparecería hoy en las portadas de nuestros numerosos Medios de Comunicación. Podemos decir que fue un triunfo, pero al revés. Humanamente hablamos de triunfo cuando se consiguen victorias sobre el enemigo, sea militar, sea político, sea cultural. Jesús entrando en Jerusalén es el triunfo de la paz sobre las violencias…Es el triunfo de la alegría sobre nuestras tristezas. Es el triunfo de la verdad sobre la mentira instalada en nuestro mundo. Es el triunfo del amor sobre el odio. Es el triunfo de la paz, de la mansedumbre, la humildad y la alegría. Y en la Fe podemos pedir hoy, el triunfo de la salud sobre la pandemia. Podemos preguntarnos: ¿Soy capaz de expresar mi alegría y de alabar al Señor en este día o tomo distancia de Él? Desde el fondo de nuestro corazón podemos decirle hoy a Cristo: ¡Bendito Tú, Señor, que vienes cada día a nuestra vida…! ¡Bendito tú, Cristo, que vienes con tu amor y tu paz!… ¡Tú que vienes para despertar una esperanza en el corazón de todo ser humano! ¡Solo Tú, puedes ser nuestro Rey! Solo Tú puedes salvarnos ¡Hosanna! Señor, ayúdanos a acompañarte en tu entrada en Jerusalén, allí donde entregas tu vida por amor. Que abandonemos toda prepotencia y aprendamos la humildad, la sencillez y la paz que tú ofreces a todos.