Homilía del señor Arzobispo para el decimoctavo domingo del tiempo Ordinario

“Un pedazo de cielo en la tierra” (Jn 6, 24-35)

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Rembrandt les pelerins d'Emmaüs

Tras el relato de la multiplicación de los panes, sigue hoy el “diálogo del pan de vida”, nombre con el cual Jesús mismo se identifica: Pan de Vida. En su enseñanza Jesús distingue entre el alimento que se acaba y otro que perdura hasta que llegue la vida eterna. Esa imagen advierte de nuestra frecuente adhesión a cosas pasajeras, olvidando aquellas que permanecen. En otras palabras, el instinto de sobrevivencia, que es bueno, a veces opaca las más altas aspiraciones de una presencia divina en la que seremos verdaderamente saciados: la eterna contemplación del rostro de Dios. Por mientras, como una especie de adelanto, tenemos el Pan de Vida, que nos conduce a la vida eterna.

Surge una pregunta, ¿qué relación hay entre nutrirnos hoy y lograr vivir para siempre, más allá de esta vida? Pregunta un poco compleja. Pero se hace más comprensible, al saber en qué consiste ese alimento: yo soy el pan de vida, dice Jesús. La vida eterna, con la que expresamos no solo un tiempo sin fin sino una plenitud de realización, consiste básicamente en gozar de la compañía plena y tierna de Jesucristo. En otras palabras, el pan de vida bajado del cielo, es ya vida eterna. Comulgar con Cristo es ser uno con quién es y será todo en nosotros. La Comunión eucarística, como bien se ha dicho, es un pedazo de eternidad en nuestra humanidad. No nos sorprende que Jesús tenga por poca cosa una admirable multiplicación de panes, que sacian los estómagos por unas horas, porque lo que él propone, como siempre, parte de la experiencia humana, pero la lleva a una dimensión nueva e inesperada.

El Señor siempre nos da mucho más de lo que nosotros podemos imaginar. Por eso el llamado a creer en Él, el enviado del Padre. Ninguna otra cosa mejor podemos hacer que recibir a aquél en quién está toda la plenitud. Lo cual, queda sacramentalmente presente, en la Eucaristía, por la que Jesús se hace parte de nosotros y nosotros parte de Él. Surge otra pregunta. ¿Puede una persona estar saciada en su ansia eterna, si su necesidad temporal no está cubierta? O sea, ¿podemos hablar de cuerpo espiritual si el material no está satisfecho? Compleja cuestión. Cuidar el alimento eterno descuidando el terreno, podría no solo ser una evasión que esconde una falsificación a la vez que una ofensa a los pobres y débiles en quienes Cristo se identifica. O al revés, ocuparse por el alimento y bienestar material, sin atender al espiritual, es incompleto y reduccionista, por tanto, insatisfactorio. En Cristo no hay contradicción sino mutua implicación entre “dar de comer a la multitud” y darse como “pan de vida eterna”.

Dios alimentó a su pueblo en el desierto. Jesús multiplicó los panes para una multitud hambrienta que le seguía. Hoy, por mandato de Jesús en la última cena, la Iglesia -en las manos del sacerdote que preside la asamblea eucarística-, sigue tomando un poco de pan y un poco de vino; elevando sus ojos para dar gracias; partiendo y repartiendo el pan sagrado. De forma, que también hoy, un pedacito del cielo está entre nosotros.

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