La visitación de María a Isabel anuncia, la cercanía de Dios a la humanidad expectante. En Cristo, Dios sale al encuentro de su Pueblo que aguarda, junto a María, la llegada de su Salvador. Dios viene y anuncia su llegada, el pueblo espera y se prepara. Qué hermoso es para quien espera a alguien, percibir que éste viene a su encuentro. Y que hermoso es para el que llega, ver que salen a recibirlo. Aparece en el profeta Miqueas la referencia a la ciudad de Belén, población pequeña, expresión de que el grande se hace pequeño, el rey del universo se hace niño. Saluda María y brota la alegría.
El saludo del amigo es el primer regalo del día. Sin saludo no hay encuentro y sin compartir con el otro, no hay gozo. La fuente de toda alegría verdadera es Dios hecho carne. María, maestra de humanidad, nos enseña a saludarnos de corazón. El viaje -presuroso- de María a las montañas de Judá es de servicio y disponibilidad, solemos decir. Y no menos cierto, María viaja para contemplar lo que Dios está haciendo en Isabel. Admirar la acción de Dios en los hermanos nos permite unirnos en alabanza y agradecimiento.
María que sabía por el anuncio del ángel la acción de Dios en Isabel, quería ahora abrazarla, y unirse a ella en un cántico de gratitud. La gratitud a Dios es concreta, porque “ha mirado la humillación de su sierva”; y a la vez es profunda, por la misma “santidad y misericordia” de Dios. María e Isabel, que juntas cantan a Dios, son imagen de la Iglesia celeste que vive en comunión eterna la alabanza divina. En ellas contemplamos una humanidad pobre y concreta, sujeta a necesidades y dificultades, pero abierta totalmente a la acción de Dios. El cristiano no es el que niega ingenuamente los problemas, sino el que sabe que en todo momento Dios está con él y no lo abandonará.
“Dichosa tú que has creído”, bienaventuranza de la fe, fuente del gozo que trasciende los siglos. La fe de María nos invita a ser, como ella, personas humildes y sencillas, “pobres del Señor”, que nada guardan para sí, y que todo lo esperan de su Misericordia. En este cuarto domingo de Adviento nos unimos a María en la espera santa, espera gozosa, que no es pasiva ni resignada, sino activa y generosa. En pocos días celebraremos la Navidad. Recordemos dos cosas: sin Jesús, no hay Navidad; y segundo, el mejor regalo que puedes llevar a los tuyos, eres tú mismo. Es decir, no nos dejemos llevar por adornos de colores que olvidan el misterio que sostiene nuestra alegría, prioricemos la ambientación de la casa con signos cristianos, como el Belén. Y segundo, en el intercambio de regalos, que la fiebre consumista no nos engañe. Las cosas nada dicen si en ellas no hay ternura y cercanía. El mejor regalo que puedes hacer a los que amas eres tú mismo; es tu tiempo, tu escucha y tu abrazo. María nos visita y nos llena de auténtica alegría, porque el regalo que nos trae es Jesús.