Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el XXII domingo del tiempo Ordinario

“Tradición y tradiciones” (Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23)

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Tras unos domingos escuchando el Evangelio según San Juan, volvemos con San Marcos, a la lectura continua propia del ciclo B. El tema que hoy se nos presenta es muy trascendente para la adecuada comprensión de fe: se nos habla de la Tradición, tan necesaria, y de algo que se le parece pero que no es lo mismo, “las tradiciones de los hombres”.

En el texto de hoy, los judíos recriminan a Jesús, con pretensión de pureza, sobre la práctica o no que sus discípulos hacen de algunas costumbres. Es el típico caso en el que una práctica, útil al inicio, queda anclada en el tiempo, perdiendo su significado original, y convirtiéndose más bien en un obstáculo para la adecuada renovación pastoral. El propio Jesús honra la tradición recibida, en cuanto en ella es Dios mismo quien ha querido ir auto revelándose, especialmente a través de los acontecimientos históricos del Pueblo de Dios, como leemos en las Sagradas Escritura.

En la Iglesia Católica, se reconoce también como doctrina segura y digna de fe, un importante legado que llamamos Tradición eclesial. La Tradición, no es una mera costumbre o frases antiguas, sino aquello que el Señor, en su liberalidad, ha querido ir manifestando a la Iglesia a lo largo de los siglos, y que entra a formar parte de lo que llamamos el sensus fidei ecclesiae. La Iglesia cree y confiesa todo aquello que está en las sagradas escrituras, (la Biblia), y también aquello que a lo largo de los siglos ha sido aceptado y enseñado con autoridad por el magisterio.

Como decimos, algo muy distinto, son las llamadas tradiciones particulares, que no son ni malas ni buenas, sino simplemente, costumbres piadosas, fruto de un contexto histórico cambiante, pero no se equiparan a la verdad revelada. Confundir las tradiciones humanas (como la de lavar los platos y las ollas de los judíos) con la tradición eclesial, es un error. Actualmente hay una fuerte corriente tradicionalista en la Iglesia (que recuerda la intransigencia de los cátaros), porque apelan do a la Tradición, en verdad se aferran aleatoriamente a formas y normas de cierto pasado, reacción a formas ateas del s.XIX.

Los desafíos de la Iglesia, en cambio, no están en el tiempo pasado, sino en un presente fugaz y cambiante. Poco ayudan a responder adecuadamente a los nuevos retos esas tendencias aparentemente exitosas, simplemente por- que dan cierta sensación de seguridad, lo cual siempre tiene audiencia (y generosos donativos). En el fondo, se entremezclan intereses poco sanos. Otro punto que aparece en el pasaje de San Marcos es el de la pureza. La limpieza de cuerpo y alma es una virtud fundamental para los cristianos, que no está muy de moda en el mundo que nos envuelve, pero que debemos preservar.

Una vez más: pureza sí, puritanismo no. Entiéndase puritanismo por ciertas exageraciones enfermizas que miran con miedo la realidad, y que a veces esconden pecados mayores. Sin caer en los falsos puritanismos, es decir, apariencias superficiales, el sentido cristiano de pureza es muy hermoso y debemos recuperarlo. Hay cosas que nos hacen bien, porque nos hacen inocentes; y hay cosas que nos hacen daño, porque nos manchan. “Danos Señor pureza de cuerpo y alma, para que en todo podamos conocerte y servirte con rectitud de corazón”.

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