Este domingo culminamos un pequeño ciclo sobre Jesús Pan de Vida, que continuará el próximo domingo, reconociendo a Jesús como Palabra de Vida. Jesús se nos revela como aquel que da su vida para que el mundo tenga vida. Ante tan generosa donación, la sabiduría divina nos invita a comer ese Pan “bajado del cielo” para así compartir con Cristo la vida eterna y resucitar el último día.
El que es Palabra, se hace Sacramento y el que está presente en el Sacramento, nos ilumina con su Palabra, de manera que ni la palabra queda vacía ni la acción carece de significado. En todo ello, unos misterios tan importantes se nos hacen accesibles y hasta cotidianos en la celebración eucarística. Necio sería no aprovecharlo, sabio será asistir a misa. En ella, llenos del Espíritu Santo damos gracias a Dios, con cantos e himnos inspirados, reunidos en su nombre, escuchando su Palabra, comiendo “su carne que es verdadera comida, y bebiendo su sangre que es verdadera bebida”.
Y siendo que todo sacramento es tangible y visible, pero al mismo tiempo limitado a nuestras capacidades, conviene vivirlos con la máxima intensidad, poniendo en su celebración toda nuestra atención. Es decir, es tan valioso el tiempo de la Santa Misa que nuestro deseo es gozarla con la mayor plenitud posible. ¿Qué cosa mejor puedo hacer que -mientras pueda- abrazar a Dios con todos mis sentidos? En la celebración de la Santa Misa puedo escuchar a Dios e incluso comerlo. Si esto no lo hubiera dicho el propio Jesús, nos parecería excesivo, pero es la condición para participar en su vida divina. Se desarrolló -especialmente tras la reforma luterana- la adoración eucarística en la Sagrada reserva como extensión de la celebración sacramental de la Eucaristía.
Queda el Señor, realmente presente, custodiado en el sagrario. Hermosa costumbre es acercarse ante Él para realizar allí la oración personal o comunitaria. Su presencia real nos resulta motivadora y consoladora. No obstante, conviene recordar, que la presencia eucarística en el Sagrario es continuidad de la Celebración eclesial de la Eucaristía, y no al revés. En otras palabras, es un error olvidar la celebración de la Santa Misa y conformarnos con la visita al Santísimo después de Misa. Por ejemplo, hay personas que, en los encuentros más importantes, abandonan la trascendencia del instante, y se distraen tomando una foto. Guardar la imagen de un momento, pareciera más importante que vivirlo.
Muchas veces, en nuestros tiempos, la imagen pasa a ser más trascendente que la realidad. No sea así en nuestra vida de fe. ¿Por qué quedarnos con una parte si podemos vivirlo todo? Si me permiten otra pregunta, ¿qué es más valioso, el recuerdo de un abrazo o la imagen de una foto? Cuando alguien no está, nos consuela su recuerdo, pero cuando estamos con alguien amado, deseamos abrazarlo. Sea así también con Jesucristo. Su permanencia real en el sagrario nos conforta y admira, pero siempre hay una distancia. En la celebración sacramental de la Santa Misa es cuando su cuerpo entra en nuestro cuerpo, nuestra limitación entra en su resurrección.