Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el VI domingo de Pascua

“Promesa de una presencia” (Jn 21, 10-14. 22-23)

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TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El tiempo pascual, en el que ya estamos en su sexto domingo, es al mismo tiempo una despedida a la vez que promesa de una presencia. En el evangelio de hoy, por ejemplo, el propio Jesús es quien deja claro que “os conviene que yo me vaya”, a la vez que anuncia su permanencia entre nosotros en sus palabras, en la paz y en el amor, por la acción del Espíritu Santo. Vamos por partes. Primero la importancia de que se vaya al Padre, como cumplimiento pleno de su misión, dejando a los suyos en una espera confiada o, mejor dicho, en un cumplimiento que ansía nuestra adhesión.

Aquí surge una importante pregunta. El Cristo pascual, que ya ha vencido a la muerte y ha derrotado al pecado, ¿porque no instaura ya del todo su Reino? Y la respuesta no es fácil, aunque podríamos aventurar una respuesta: Cristo desea extender su vida a todas las gentes de todos los tiempos. De aquí podemos dar una definición de historia como “la oportunidad para muchos a conocer a Jesús y amarlo”. En segundo lugar, está el hecho que Jesús, mientras revelaba el proyecto de su Padre al mundo, tuvo siempre muy en cuenta nuestra lentitud para entender.

Por ello, gran parte del énfasis de los encuentros con el Resucitado consistió en constituir a los suyos como Iglesia y enviarlos “hasta los confines del mundo”. Es decir, el Señor quiere unirnos a su propia misión, a través de la historia, para dar oportunidad a todos a que le conozcan y lo amen, y así “todos los que crean en él y se bauticen, se salven”. La Redención es fruto del amor de Dios y se hace accesible por el amor fraterno de tal modo que la Pascua tiene un dinamismo divino extensivo que se expresa en la misión de la Iglesia. Pero ese dinamismo de salida hacia todos los ámbitos de la realidad va fuertemente unido a la comunión, es decir al encuentro de todos en torno a Él.

En un tercer momento aparece la realidad de la acción del Espíritu Santo “que os recordará lo que yo os he enseñado y os explicará todo”. Nos podríamos preguntar ¿Cuál es la principal y permanente enseñanza del Espíritu a la Iglesia? Enseñarnos a amar como Cristo nos amó. Porque por amor sus palabras no quedan en el olvido, sino en nuestra mente y nuestro corazón. O si quieren de otra manera, escuchar y amar son dos acciones distintas pero inseparables.

A quién se ama se le escucha, y a quién se escucha se aprende a amarle. Entonces, si hemos dicho que Jesús ha ascendido al Padre, pero quedando en la comunidad una espera confiada, que nos revela el proyecto del Padre con misericordia ante nuestra capacidad de entender, y que nos auxilia con el don del Espíritu Santo ¿cuál es el resumen del mensaje de Jesús, que tenemos que comprender?: Dios nos ama, Dios no nos olvida jamás. A partir de ahí todo inicia de nuevo. Ya no hay miedo a quedar solos, una paz nueva y diferente inunda el corazón de los creyentes, y a través de ellos pacifica el corazón del mundo. Entendemos mejor ahora porqué la Iglesia anuncia “una paz desarmada y desarmante, humilde y perseverante”. Porque como nos dijo el Papa León XIV en su saludo inicial: “Dios que nos ama a todos incondicionalmente”. La promesa de su presencia permanente entre nosotros es fundamento último de la paz.

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