TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Hechos de los Apóstoles nos narra que Pablo y Bernabé volvieron a las comunidades que ya habían visitado antes, “confortando y exhortando” a permanecer firmes en la fe. La Iglesia pascual tiene esta doble función de confortar y exhortar. Es decir, de fortalecer y consolar, por un lado y por otro, animar y motivar a perseverar con valentía en medio de las tribulaciones. Éstas han acompañado a la Iglesia desde su inicio. No debemos ni sorprendernos ni desanimarnos por los desafíos que estamos llamados a enfrentar.
Para eso contamos con la protección de Dios en nuestra Misión, misión de anunciar los cielos nuevos y la tierra nueva. El Evangelio de Juan nos presenta el último discurso de Jesús a los apóstoles, momento entrañable y que resume su misión. Curiosamente allí están presentes tanto el que lo va a traicionar como los que lo van a dejar solo.
Jesús sabe muy bien que el momento definitivo de su “glorificación”, es decir, de la máxima manifestación de su amor, lo hará solo, o casi. Este discurso explica el significado de lo que en pocas horas va a suceder, algo imposible de comprender en aquellos momentos por los suyos. También para nosotros hay veces en las que nos resulta difícil comprender qué está ocurriendo, porqué nos pasa algo.
Necesitamos un tiempo sereno y de escucha de la Palabra para iluminar situaciones que nos parecían un fracaso sin sentido. Recordemos que justamente la experiencia más oscura de la humanidad, la pasión y muerte de Cristo, es la mayor manifestación de la gloria de Dios. En su discurso Jesús claramente les avisa que “no estaré con ustedes mucho tiempo”.
No estará como lo ven ellos, pero justamente es la misma cena en la que él pide “partir el pan” como su memoria y lava los pies a los apóstoles. No estará -allí con ellos- para poder estar aquí con nosotros y con todos. Por una parte, los creyentes podemos reconocerle y comulgar con él en su cuerpo entregado y en su sangre derramada para el perdón de los pecados. Pero ¿y los no creyentes?, ¿cómo pueden reconocer a Jesús?
En el amor de los cristianos. Somos reconocidos como discípulos de Jesús, en que nos amamos como él nos amó. No en los prodigios que realicemos, sino en el amor fraterno que vivamos. Bien podemos decir, que, si en aquella hora, el amor de Cristo “hasta el extremo” glorificó al Padre, hoy es el amor de los cristianos el que lo glorifica y lo manifiesta al mundo.
Ciertamente, el amor es la forma de relación propia de la Santísima Trinidad. Pero la pregunta es, ¿es posible “mandar” a los cristianos amarse con la radicalidad de Cristo? Y la respuesta es, ¿hay otra forma de vivir si no es en el amor y el amor radical? Quién lo pide es quien hace posible la vivencia del mandato. La Iglesia amándonos nos conforta y nos exhorta a vivir en el amor. Para un mundo “de novedades viejas”, es decir, “más de lo mismo”, el amor de Cristo en los cristianos significa una novedad diferente y un mandato transformador.