Jesús, saludando con la Paz, muestra sus manos y sus pies al aparecer en medio de la comunidad que comparte el testimonio de los hermanos. Además, nos dice San Lucas, Jesús les pide de comer, y come con ellos. Quiere que la comunidad que comparte la palabra también comparta la mesa de la Eucaristía. En ambos banquetes está él presente, y la invitación a las dos presencias siguen siendo sus heridas abiertas. El que es glorioso no olvida a los que aún somos de carne y hueso. Él no es un “espíritu” desprendido del nazareno, sino el mismo que los llamó a caminar con él desde Galilea a Jerusalén.
Lo habían visto mucho tiempo, pero necesitaban que les abriera la inteligencia para entender que en su resurrección se cumplen las promesas antiguas, y que todas las Escrituras hablan de Él. Palabra y signos están siempre en íntima unidad entre sí. Ambas son depósito de la comunidad reunida, la Iglesia, que las comparte indisolublemente en cada eucaristía. No viviremos los Sacramentos sin la Palabra, ni la Palabra sin la fe, ni la fe sin la comunidad, ni la comunidad sin Cristo. Podemos decir, que, en cada celebración dominical, en la que con fe se parte el pan de la Palabra y de la Eucaristía, se unen tiempo y eternidad.
La Iglesia peregrina y Cristo su cabeza se unen especialmente en torno al altar, de manera que toda descripción teórica queda corta, porque en cada Eucaristía está presente toda la humanidad y toda la divinidad. O lo que es lo mismo, al hacer esto como su memoria, el Resucitado se manifiesta como presente en medio de los suyos y los hace testigos de lo que están celebrando. La Paz, tan íntimamente vinculada a la Pascua, no es un estado de ánimo o una situación social, es una persona: Jesucristo. La Paz es una manera de nombrar a Dios y manifestarle. La violencia en cambio, es una negación de Dios y de la propia humanidad.
Por ello Jesús quiere ser creído en su Palabra y quiere ser compartido en la fracción del pan, para que nosotros podamos gozar de su Paz y llevarla a nuestras casas. La Paz que él trae solo podrá ser recibida por quien cree en Él y tiene hambre de Él. En los Hechos de los Apóstoles en su discurso Pedro anuncia y denuncia, compadece y exhorta. Denuncia el pecado y anuncia la victoria de la resurrección; se muestra comprensivo con la ignorancia, pero como Jesús en su primer mensaje, llama a la responsabilidad personal del arrepentimiento y la conversión. La primera, la comunidad de la Pascua, se constituyó por el testimonio compartido. Sea así también entre nosotros, miembros de esta Eucaristía del tercer domingo de Pascua, contemos nuestra alegría a los hermanos y la Paz de Cristo, habitará en nuestros corazones.