
Jesús mismo fue tentado en el desierto, porque el tentador quiere aprovechar nuestra debilidad. El maligno nos mete prisas en solucionar nuestras necesidades, y si no las tenemos, las crea. La tentación introduce su falsa atracción en nuestras pasiones, nuestras aspiraciones de poder y en nuestro deseo de aparentar. El demonio nos tienta ofreciéndonos placer, poder y fama, claro, según su versión.
Y en esto, las nuestras no son muy diferentes de las tentaciones de otras personas y las que sufrió el mismo Jesús. Por ello, inicia el evangelio mostrándonos el camino de la verdadera victoria. Es en el hambre del desierto y en dolor de la cruz donde se da esa batalla de la que Jesús sale victorioso sobre el pecado. Jesús no solo nos comparte su triunfo sino también el camino hacia él: la aceptación de nuestras limitaciones y la fe plena en Dios.
Jesús va delante en “el combate de la fe”, esa lucha en la que el alma de cada uno necesita ser probada por el tentador, para aprender por sí misma que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Cuánto más el alma trate de mantenerse fiel a Dios tanto más el “enemigo invasor” tratará de desviar- la e inducirla al mal. Sí, un combate peligroso y que exige sacrificios, pero en el que no estamos solos.
Junto a nosotros caminan otros peregrinos, porque solos no hubiéramos podido adentrarnos con éxito en el desierto, sino unidos y siguiendo a Jesús. Que en esta Cuaresma no nos sorprenda si encontramos dificultades e imperfecciones, porque éstas existen en el mundo que nos envuelve. No se trata de huir de esta realidad, sino de atravesarla y transformarla, con la fuerza del Evangelio que se sostiene en esa “debilidad de Dios” que vence al mal.
Cuando hablamos de afrontar junto a Jesús las insidias del mal, no hablamos de buscar una victoria personal, aislada, desentendida del resto. Al dominar nuestros instintos y renunciar a posiciones de dominio, fama y posesión, no solo retomamos nuestra libertad filial, sino que contribuimos a una sociedad mejor para todos y más cercana al designio divino.
En este domingo, es bueno recordar que la tentación original consiste en presentar el mal con apariencia de bien, o lo que es aún más grave, en decirnos que lo bueno y lo malo no existen, sino que depende del capricho de cada uno. En estos tiempos donde lo artificial aparece como natural, muchas veces el mal se presenta como bueno y normal. Estar alerta hoy contra las tentaciones significa estar vigilantes, desconfiando de los pensamientos de los hombres y aprendiendo a mirar el mundo como Jesús lo mira, con humildad y sencillez.
Arrancamos la cuaresma, no nos asustemos si llega el combate, utilicemos las armas recibidas: ayuno, oración y limosna. Tres instrumentos que expresan debilidad y pobreza. La Iglesia hoy nos las ofrece justamente porque las usó y enseñó Jesús. Con ellas y en la debilidad de la cruz, Jesús venció. No temamos a la debilidad, porque solo en ella seremos verdaderamente fuertes.