Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el domingo de la Solemnidad de San Pedro y San Pablo

“Apóstoles distintos, un mismo Señor” (Mt 16,13-19)

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Sus miembros, como los propios Pedro y Pablo, estamos al servicio de la Iglesia y su misión, que no es otra que el anuncio del Reino de Dios y su justicia.

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Celebramos hoy la fiesta de San Pedro y San Pablo, fecha en la que, entre otras cosas, se realiza una colecta universal por las obras del Papa, conocida como Óbolo de San Pedro, la cual es un signo de solidaridad eclesial y apoyo al Santo Padre. Aunque existen fiestas propias tanto para San Pedro como para San Pablo, la Iglesia nos los presenta a los dos al mismo tiempo, como queriendo unir litúrgicamente institución y carisma. El primero se le relaciona principalmente con los cristianos judíos, al segundo con los de origen pagano.

Ambos murieron en Roma, por lo que la llamada “ciudad eterna” sigue siendo una referencia mundial de la fe, incluso para los cristianos no católicos. ¿Por qué ambos trataron de llegar a Roma, aunque ambos sabían que era peligroso para sus vidas? A los dos les movía un profundo deseo de anunciar a Jesucristo, y por caminos diferentes, el Señor los llevó a dónde podían dar el más alto testimonio de la fe, ante sus hermanos y el mundo entero.

Gran enseñanza: la confesión de fe se hace en la Iglesia y va dirigida a iluminar el mundo entero. Vemos en esto anhelo de universalidad, de catolicidad tanto en Pedro como en Pablo, por cierto, a los dos (antes Simón y Saulo) Jesús les cambió el nombre, como expresión de que les había cambiado la vida entera. Ambos son ejemplo de vida entregada a Cristo y su Iglesia. Volvamos a Roma, donde están hoy tanto la Basílica de San Pablo extramuros, como la de San Pedro del Vaticano, ambas de obligada visita para los peregrinos. En la primera lectura, estando Pedro preso y encadenado por la fe, se nos dice que “la Iglesia oraba por él a Dios sin cesar”.

La oración de los católicos por el Papa es una tradición que se remonta a la primera generación, porque los creyentes vemos en Pedro y su sucesor, la roca firme en la que se sostiene nuestra fe y nuestra esperanza. Orar por el Papa es orar por la Iglesia toda, y por cada una de sus presencias locales. Junto al Sumo Pontífice hoy seguimos confesando nuestra fe en Jesucristo, con la garantía que nos da el mismo Evangelio. Pedro, la piedra instituida por Jesucristo, sigue siendo hoy un signo de unidad, incluso para los cristianos de otras confesiones.

El camino de la deseada unidad es largo, pero necesitamos recorrerlo juntos, en la escucha, el respeto y la oración. Tal vez no podremos nosotros culminar todo el camino, pero sí podremos dar pasos juntos, que muestren al mundo que la colaboración y el respeto son posibles aún siendo o pensando distinto. En su carta a Timoteo, el anciano Pablo, recapitula su vida como una fiel misión de anuncio a los paganos, un primer anuncio.

Su vida y su muerte, en las manos de Dios, son enteramente para su glorificación. Por último, ¿qué significa la expresión? “el poder del abismo no hará perecer mi iglesia”. Curiosamente, ambos perecieron por causa de la fe, pero a ambos les continuó la Iglesia. La promesa de permanencia es sobre la Iglesia misma. Sus miembros, como los propios Pedro y Pablo, estamos al servicio de la Iglesia y su misión, que no es otra que el anuncio del Reino de Dios y su justicia.

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