Homilía del señor Arzobispo de Tegucigalpa para el Decimoquinto domingo del Tiempo Ordinario

“La sobriedad como misión” (Mc 6, 7-13)

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Un estilo moderado y austero de vivir es en sí mismo un anuncio del Evangelio de Jesús. Las formas son en sí mismas un mensaje. En medio de un mundo de derroche, ostentación, vanagloria… una vida sobria supone un potente mensaje de rebeldía. Nos preocupa a todos que la Iglesia cumpla su misión, que es evangelizar, es decir, llevar de palabra y de obra el anuncio del Reino de Dios a las personas. En vistas a una mayor eficiencia, en seguida pensamos en las redes sociales y en medios casi comerciales.

A veces, esas técnicas o recursos son útiles. Pero poner toda nuestra esperanza en la fortaleza de los medios humanos es un gran error. El Evangelio tiene un componente “contra cultural” y una dimensión “misterial” que trasciende los criterios sociales. Más aún, como decimos, la sobriedad en el estilo de vida es, en sí misma, un mensaje de coherencia y obediencia a Jesús que sigue diciendo a los que envía: “no lleven pan, ni zurrón, ni dinero en la faja, sandalias sí pero dos túnicas no”. La misión se lleva a cabo con la confianza en Dios, y solo en Él.

La frase, “no lleven nada para el camino”, significa también, “no lleven ustedes el camino hecho, construyan el camino de la misión conforme el Señor les vaya mostrando”. A veces, tenemos ideas preconcebidas de una acción pastoral o un lugar de evangelización, con lo cual, dejamos poco espacio a la “sorpresa de Dios”.

Si el fin de la misión es vivir el camino de Dios, podemos decir que caminarlo unidos es, en sí, ya un fin. Añade Jesús la advertencia de quedarse en una misma casa, es decir, conformarse con lo que les den por su tarea. Pero si no les reciben, no es a ellos, sino a quién les ha enviado a quién rechazan. Significar ese rechazo es una forma de hacer notar la dureza del corazón, e invitar a un cambio, es decir, a una escucha atenta.

Por último, el pasaje Evangélico de hoy resume la misión de los apóstoles en: predicar, exorcizar y ungir. Es decir: llamar a la conversión; luchar contra el mal en todas sus formas; y consolar al que sufre. La predicación se convierte en acontecimiento y el acontecimiento da testimonio de la predicación, porque cuando van los discípulos por los caminos del mundo es el único Cristo quién camina en ellos. Por tanto, en ellos como en Jesús, mensaje y actividad no se distinguen. Nada en ellos debe oscurecer la Palabra de la que son portadores. La coherencia de su vida y sus medios pobres transparentan el don recibido y anunciado. Recordamos también las otras palabras de Jesús: gratis lo recibisteis, gratis dadlo.

Evangelizadores, dejad claro que nada buscáis para vosotros, ni dinero, ni honra, ni agradecimientos… El vestido de la sobriedad es el complemento perfecto para las sandalias de la misión. Necesitamos misioneros, sí, necesitamos hombres y mujeres austeros que renuncian a todo por servir a la misión.

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