TEGCUCIGALPA, HONDURAS.- Jesús dice a Tomás, “no seas incrédulo, sino creyente”. Tomás representa a todos los que son escépticos y tardados para creer en Jesucristo como el Mesías, el hijo de Dios, el Redentor. Tomás, reconozcamos también sus méritos, precede a los que “creen sin haber visto”, a los que Jesús llama dichosos. La comunidad de la pascua, nos dice el texto que se le tenía gran estima y muchos querían unirse a ellos. Es lo que el Papa Francisco llama, crecer por atracción. El testimonio de servicio y alegría de los cristianos ha sido y será siempre el motor de la Iglesia misionera.
La admiración a Pedro y a los otros apóstoles no es por ellos mismos, sino por el Espíritu de Cristo que en ellos se mueve. Así mismo, nosotros, aún sin mérito, somos “el Cristo cercano” a la gente, porque hemos recibido el Espíritu del Resucitado. “No temas, -escucha Juan- yo soy el primero y el último”. Resuena en el oyente el nombre de Dios revelado a Moisés, “Yo soy el que soy”. Y para mejor comprender añade la voz del Apocalipsis: “yo soy el que vive”.
El “Dios de vida que da vida”, como decíamos en la Vigilia Pascual, hace ocho días. Curiosamente, la recomendación que oye Juan, deportado en la isla de Patmos, es: escribe en un libro lo que veas. En este sentido, tal vez no tenemos que escribir libros, muchos siquiera publicamos mensajes en las redes, pero sí, a todos les animo a escribir. Un diario o un cuaderno en blanco, en el que ponen la fecha, y escriben lo que han visto, lo que han compartido, lo que han sentido. Háganlo, y dentro de un tiempo lean lo que escribieron.
Verán como Dios les vuelve a hablar a través de su mismo texto, porque Dios habla para hoy y sigue resonando siempre. Volviendo al pasaje del Evangelio, no sabemos dónde estaba Tomás el primer día de la semana, pero por no estar con todos, se perdió la Presencia. Para nosotros en el siglo XXI, no ir a Misa, significa perdernos la alegría que llena a todos los que ven al Señor, muerto y resucitado. No estar con los otros creyentes supone no recibir la fuerza del Espíritu, el soplo renovador que el Viviente infunde en los suyos.
“A los ocho días”, es una bella expresión que marca el ritmo semanal al que son convocados los discípulos el primer día de la semana, signo de la Alianza nueva y eterna, sellada con la sangre de Cristo, para el perdón de los pecados. La Misa a la que hoy asistimos, es Memoria, es decir, “presencia sacramental” de Jesús, el Salvador. Aquí hemos venido para creer en Jesús, y creyendo tener vida. Por ello, el reproche a Tomás va dirigido a nosotros y a muchos más: “no seas incrédulo, sino creyente”. No dudes nunca de la Promesa de Dios, cree en su Palabra. No dudes de su presencia, cree que está aquí en el altar. No dudes que te ama, cree que Él ha dado su vida por ti, para que tengas vida.