Homilía de señor Arzobispo para el I Domingo de Cuaresma

“Del desierto a Galilea” (Mc 1, 12 15)

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En el Evangelio de este primer domingo de C u a r e s m a , Marcos nos dice que Jesús, una vez arrestado Juan el Bautista, fue a Galilea. Con lo cual, no solo creció en Nazaret, sino que -después de ser tentado en el desierto- elige esta misma región para iniciar allí su vida pública y hacer el primer anuncio de su predicación.

En Galilea se da el primer encuentro con los discípulos, y allí, volverá a encontrarse con ellos tras la resurrección. Toda una pedagogía del encuentro fundante que supone también un reinicio. De una nueva oportunidad nos habla el relato de Noé, en la lectura del Génesis, que incluso se puede leer también en clave de “nueva creación”, la cual tiene lugar, como la primera, tras el caos de las aguas. La Cuaresma, que vuelve cada año para disponernos al Triduo Pascual, es claramente una nueva oportunidad, o si quieren, una renovación de la Alianza -nueva y eterna- de Cristo con su Iglesia.

Aquel que siendo justo murió por nosotros injustos pecadores res (1Pe 3,18), quiere renovar su Alianza, no en virtud de nuestros méritos -que no los hay- sino en virtud de su amor misericordioso -que sobreabunda-. Aquella lejana alianza de Dios con Noé y el pequeño grupo que le acompañaba, ya anunciaban ésta. Y valga este dato para hacernos pensar a nosotros, que tal vez somos pocos, como pocos fueron los que se sobrevivieron al diluvio, que la fuerza renovadora del mundo no radica tanto en nosotros, sino en la fidelidad de Dios a su promesa. Jesús venció en el combate durante cuarenta días, “mientras vivía entre los animales salvajes y los ángeles lo servían”, recordando el primer Adán que convivió con los animales del jardín.

Jesús es así, presentado como Señor de un mundo en paz. La Cuaresma, que hemos iniciado, nos invita a volver con Cristo a la armonía primera entre el ser humano y su entorno, conforme a la nueva creación que aguardamos. Conscientes de que dicha concordia ha sido rota por el pecado, la Iglesia nos ofrece en este tiempo los medios para vaciarnos de nosotros mismos y estar dispuestos a convertirnos y creer en el Evangelio.

Esos medios, recordemos son el ayuno, la oración y la limosna. No busquemos otros instrumentos mientras no hayamos usado éstos, porque en estas tres “armas santas” radica nuestra victoria contra las tentaciones. Volvemos con perseverancia a la Cuaresma llenos de ilusión, sabiendo que la necesitamos para disponernos a un Reino que está cerca y una plenitud cumplida. No nos dejemos llevar por la rutina o el desánimo. En el “desierto” de las tentaciones, combatamos y en “la Galilea” de la vida diaria, busquemos a Jesús. Él nos llama a convertirnos y creer en la Buena Noticia. La Cuaresma es de alguna manera “desierto” de purificación y “Galilea” de renovación. Tiempo propicio para, rechazados los ídolos, optar por el Reino y creer en Jesucristo.

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