San Pablo VI mencionó que los hombres y mujeres extraordinarios son aquellos que se determinan en una causa con firmeza, abrazan su misión desde el lugar que Dios les ha enviado: campesino, ama de casa, doctora, enfermero, madre, padre, hijo, maestra, conserje, etc. Cada labor tiene una dimensión de cuidado, de evangelización y de gracia. Cabe recordar la frase de Santa Teresita del Niño Jesús,“ ya toda me entregué, toda me di, de tal suerte que soy del Amado, como Él se dio a mí”, de manera que, la misión puede brindar luz a un mundo que está en tinieblas, desde la caridad de una madre que educa con amor e integridad a su familia, como la enfermera que cuida con amor, compromiso y humanidad a un anciano en su convalecencia, el papel de un hijo que desde su labor como estudiante demuestra su integridad al no ser holgazán ni tramposo, que no solo vela por su interés académico, sino que ayuda al compañero que tiene dificultad en alguna asignatura.
La expresión de “amarnos”, es precisamente la misión que Cristo nuestro Señor nos pidió seguir, el desafío de ser cristiano en un mundo que tiene como prioridad el imperio del dinero y la cultura del “YO” por encima del “nosotros”. El mayor recurso del que dispone la Iglesia es el de laicos comprometidos que son evangelios vivientes, es decir, no expertos en santidad, sino corazones que desde sus actividades diarias hagan presentes a Dios.
Laicos que desde su testimonio espiritual y como persona viven como catequesis constante para todo el que los rodea. Ya diría también Santa Teresa: “La oración no es para experimentar cosas extraordinarias, sino para acercarnos a Dios”, la unión con Cristo la recibimos desde el bautismo, pero nos pide realizar toda acción con amor, rigor, compromiso, caridad, pues cada uno de nosotros tenemos un camino de santidad y la obligación de hacer de la misión un camino vivo que no solo es exclusivo de los religiosos y consagrados.