
Es tan cotidiano escuchar y ver noticias negativas en su mayoría. Guerras, violencia, asaltos, etc. parecen estar a la orden del día. Esta situación nos hace preguntarnos ¿Dónde está Dios? ¿Dios será indiferente al dolor del Ser Humano? ¿Dios estará tan lejos de nosotros que no logra ver ni oír todo lo malo que están pasando en la Humanidad? Y es que antes de que Jesús se encarnará en el seno de la Virgen María, la creencia de Dios era de un ser lejano al cual había que mantener “contento” para que en la Tierra todo funcionara bien y no hubiera castigos.
En nuestra fe comprendemos que Dios se hizo carne y habito con nosotros en el día a día (cf. San Juan 1, 14). San Juan nos amplia esa existencia divina desde un “hoy”, que es desde el principio de todo y perdura hasta el fin de los tiempos, cuando leemos: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba ante Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba ante Dios en el principio. Por Ella se hizo todo, y nada llegó a ser sin Ella. Lo que fue hecho.
Ella era la luz verdadera, la luz que ilumina a todo hombre, y llegaba al mundo. Ya estaba en el mundo, este mundo que se hizo por Ella, o por El, este mundo que no lo recibió. Vino a su propia casa, y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les dio capacidad para ser hijos de Dios. Al creer en su Nombre” (San Juan 1, 1-3. 9-12) “Él, en su vida terrena, «Jesús de Nazaret fue consagrado por Dios, que le dio Espíritu Santo y poder. Y como Dios estaba con él, pasó haciendo el bien y sanando a los oprimidos por el diablo.» (cf. Hechos de los Apóstoles 10,38), devolviendo la esperanza en Dios a los necesitados y al pueblo.
Además, experimentó todas las fragilidades humanas, excepto la del pecado, pasando también momentos críticos, que podían conducir a la desesperación, como en la agonía del Getsemaní (cf. San Marcos 14, 32-52 y San Mateo 26, 36- 46) y en la cruz. Pero Jesús encomendaba todo a Dios Padre, obedeciendo con plena confianza a su plan salvífico para la humanidad, plan de paz para un futuro lleno de esperanza (cf. Jeremías 29,11).” (Mensaje del Papa Francisco para la 99 Jornada Mundial de las Misiones 2025) De esta manera, Jesucristo es el Divino Misionero de la Esperanza, afirmado por su testimonio de un Dios cercano, sufriente del dolor humano, justicia del oprimido por la enfermedad y el pecado; y, porque su misión cumple las profecías de paz y felicidad para toda la humanidad, como dice Jeremías 29, 11: “Porque yo sé muy bien lo que haré por ustedes; les quiero dar paz y no desgracia y un porvenir lleno de esperanza -palabra de Yavé-” ¡Bendito y alabado seas Dios Padre que nos invitar a ser misioneros de la esperanza que no defrauda, Cristo Jesús!