En misión |Evangelizadores con espíritu, hasta los confines de la tierra

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Por: Padre Bernardino Lazo-Cada ser humano, ya esté en el último rincón de la tierra o en nuestra propia casa tiene derecho de que alguien le ofrezca con humildad y valentía la Palabra de Dios. Que tesoro mejor pueden recibir miles de niños y jóvenes que buscan y esperan en lo más profundo de su corazón algo diferente de lo que les propone y les ofrece el mundo. Al recibir el anuncio, las familias que necesitan a Cristo recibirán una bendición muy grande.

Esta tarea nos toca a todos. Ningún bautizado puede excusarse de ir a evangelizar, diciendo: Eso no va conmigo, es asunto de otros. A todos como miembros de la Iglesia, que es misionera por naturaleza desde su origen, nos compete esa tarea. Somos enviados todos, con la fuerza del Espíritu a todos. Gracias al Señor, cada día se hace más fuerte el compromiso misionero dentro de nuestra Honduras y más allá sus fronteras.

Casi dos terceras partes de la humanidad no conocen a nuestro Señor Jesucristo. Con toda razón San Juan Pablo II escribió en 1990, en su encíclica Redemptoris misio (La misión del Redentor) que la misión todavía estaba en sus comienzos. En aquel momento invitaba a la iglesia a no bajar la guardia, a jamás desistir del mandato recibido de anunciar la Buena Nueva a toda la creación, a todo el mundo. San Marcos 16, 15.

El Papa Francisco nos invita a ser siempre evangelizadores con Espíritu y con Hechos 1,8 decimos hasta los confines de la tierra. Desde el lugar donde nos encontremos y lo que estemos haciendo seamos siempre: “Evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo” ( EG 259) para anunciar a Cristo a todos.

Precisamente porque todo hombre y mujer tiene necesidad de que alguien le anuncie el designio amoroso del Padre y su voluntad salvífica que es para todos y todas. Nadie puede quedar fuera y sin recibir la oferta salvadora de nuestro Dios (1 tim 2,4). El papa Benedicto XVI en la exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini en el # 91 nos dice “No podemos guardar para nosotros las palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para todos, para cada hombre”.

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