Un rincón de la Cordillera de los Andes fue el testigo principal de lo vivieron los tripulantes del vuelo 571 de la Fuerza Aérea de Uruguay, hecho de la vida real que se narra la cinta ‘’La Sociedad de la Nieve’’. El vuelo fue abordado con total alegría por parte de los jugadores de un equipo de rugby de Montevideo. Jóvenes con sueños e ilusiones, viajando con la esperanza de ganar el partido para el que se habían preparado con arduos entrenamientos, pero la vida les desafió con algo totalmente distinto que requería más allá de sus habilidades físicas.
Semanas enteras luchando por sobrevivir en un entorno frío, buscando entre los equipajes algo que pudiera ser útil mientras llegaban a salvarles la vida, sabiéndose humanos entre lágrimas cuando la desesperanza apremiaba, entre risas por contemplar un diminuto rayo de sol, pero seguramente, más de alguno, no solamente con las manos congeladas, sino también con el corazón pesado haciéndose preguntas como las que muchas veces nos hacemos en las crisis: ¿Dónde está Dios?
Al abordar el vuelo de la vida nos preparan para convertirnos en seres independientes. Nos enseñan a comer por sí solos, aprendemos a hablar, caminar, y desarrollamos muchas otras destrezas para darlo todo en la cancha de la cotidianidad. Pensamos que con esto estamos listos para ganar cualquier batalla, pero, ¿en qué momento nos preparamos para ver a Dios cuando el frío quema nuestros corazones? ¿qué hemos depositado en nuestro equipaje, en nuestro interior, que nos permite sobrevivir en los choques de nuestra vida con las cordilleras de la indiferencia, las consecuencias de las falsas libertades, las filosofías vacías y todo lo que nos puede hacer padecer?
Si a lo largo de nuestra vida no nos hemos abierto, verdaderamente, a la luz de la palabra de Dios y a creer en su promesa eterna de que nos acompaña todos los días de nuestra vida (Mateo 28,20), probablemente nos sea imposible verle durante nuestras crisis. Porque, no es que Dios no esté en los momentos de prueba, lo que sucede es que es difícil ver a Dios cuando hemos puesto nuestra confianza en nuestras habilidades limitadas y no en su soberanía. Cuando le hemos dado paso a nuestra indiferencia y a las pocas ganas de entrenar el alma con una vida sacramental activa y una constante comunión con Dios, chocar con una cordillera de situaciones desafiantes no es un castigo, sino más bien una herramienta que nos impulsa a redescubrir, o descubrir, que la misericordia de Dios nunca nos abandona y, sobre todo, a aceptar que somos seres totalmente dependientes de Él. Esto también es parte del entrenamiento en el camino de la santidad.
Dios estuvo en este accidente en la Cordillera de los Andes, estuvo con los que sufrieron los golpes y con los que fallecieron del dolor, con los que soportaron 30 o más grados bajo cero por más de 70 días y en el corazón de los que nunca perdieron la esperanza de ser encontrados. Estuvo en las manos de los que no se cansaron de ayudar a los heridos, en los pies de los que se movilizaron para pedir auxilio, y también en aquellos que participaron en el rescate y recuperación de los sobrevivientes.
Así que por si te preguntas hoy: ¿dónde está Dios? Quítale la venda al corazón, en la cordillera también está Dios.