Con la imposición de la ceniza, acompañada de las palabras: “Conviértete y cree en el Evangelio”, iniciamos el miércoles 5 de marzo pasado, el santo tiempo de la Cuaresma, un tiempo especialmente relevante e importante para los cristianos para su salvación, un periodo en donde se acentúa la gracia y del don de Dios, durante el cual su perdón nos purifica y transforma en hombres y mujeres nuevos.
La Cuaresma, como nos dice el papa Francisco en su mensaje de este año jubilar 2025 para este tiempo cuaresmal, estamos llamados a que “Caminemos juntos en la esperanza” y descubrir el llamado misericordioso, que nos hace Dios de manera personal y comunitaria. En su mensaje, el Santo Padre subraya que caminar “evoca el largo viaje del pueblo de Israel hacia la tierra prometida” y agrega que “Surge aquí una primera llamada a la conversión, porque todos somos peregrinos en la vida”, este tiempo cuaresmal es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte; pero ese recorrido no puede hacerse solo contemplando el paisaje, porque Jesús, al igual que lo hizo con el joven rico, según el relato de Marcos 10, 17-30, aún ahora Él, nos invita a comprometernos más allá de cumplir con los mandamientos: “vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme” y nos abre el camino al desprendimiento. Muchos piensan que tener bienes es malo, pero olvidan que la parábola, lo que realmente enseña es que las riquezas materiales pueden alejar a las personas de Dios, no por el hecho de tener dinero sino porque no prestan atención a su vida espiritual, no ayudan a los demás, especialmente a los pobres, los enfermos y los que sufren, gastan su dinero en cosas superfluas y no priorizan a Dios es sus vidas, nuestra madre Iglesia, en este tiempo de gracia, nos hace una fuerte llamada a la conversión, a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor Jesús, que nunca nos abandona, porque, incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a Él.
Queda en claro que Cristo no condena las riquezas, el fondo de este mensaje es más profundo, no es lo que el hombre tiene como posesiones económicas sino lo que tiene en su yo interno, en su mente, en su alma que hace brotar la soberbia y una cruel indiferencia, una ceguera ante el dolor del pobre que nos impide aspirar a una vida eterna y feliz en la presencia de Dios. En esta cuaresma recordemos que la salvación para quienes creemos en Cristo y somos católicos no se obtiene sobre la base de devociones, ritos, mandas, etc., sin tener la motivación del amor como fundamento. Lo que el Señor quiere es precisamente que no amontonemos egoístamente las riquezas, sino que siempre estemos dispuestos a compartirlas con los más necesitados, y aún más allá, estar dispuestos a darnos nosotros mismos.