Editorial | Nuestra voz | Preparándonos para la Pascua: Reconciliación y perdón

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Como sabemos, la Cuaresma son los 40 días anteriores a la celebración de un momento único en la vida de los cristianos católicos, es un tiempo de preparación para celebrar con alegría desbordante el misterio pascual, el misterio de la redención. Es un ciclo en que la Iglesia aplica una pedagogía profunda: nos adentra en la Pascua de Cristo de una manera concreta, completa y dinámica, porque lo hace no a partir de conceptos, sino en el gran acontecimiento que constituye la muerte y Resurrección de Cristo.

Este período arranca este 2 de marzo con el Miércoles de Ceniza, en esta jornada se impone la ceniza en la frente a los miembros de la comunidad parroquial y la cruz que se dibuja con esa ceniza simboliza el arrepentimiento que se subraya con las palabras del sacerdote: “Conviértete y cree en el Evangelio” (Mc 1, 15) o bien “Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver” (Gén 3, 19) a modo de invitación para renovar la conversión centrados en la oración, las ofrendas y el ayuno.

Mediante estas prácticas, Jesús nos llama a salir de nuestras tinieblas, a ponernos en camino hacia Él que es la luz, a dar el paso de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, a dejar atrás el hombre viejo y dar paso al nuevo (como lo vivió el apóstol Pablo), a pasar de la enfermedad a la salud (como el hijo del centurión), de la lucha y los peligros al triunfo (como la historia de José, de Susana, de Jeremías), de la sed al agua viva (como el agua de Moisés al pueblo y de Cristo a la Samaritana), de la muerte a la vida (como Lázaro), del pecado a la conversión (como la historia de Jonás y Nínive o la historia del hijo pródigo).

La Cuaresma no es, pues, un fin en sí mismo, sino que culmina y se perfecciona en la Pascua. De allí que el proceso pascual decisivo para cada cristiano se realiza en tres tiempos a lo largo de los noventa días: a) Morir al pecado y al mundo; b) Morir al egoísmo para estrenar una nueva existencia; y c) Celebrar con Cristo el nacimiento a la nueva vida, llenos de energía y entusiasmo, como niños recién nacidos.

Bajo este presupuesto se comprende que aquel que verdaderamente se renueva por dentro durante la Cuaresma no tardará en expresar hacia fuera su conversión. Este proceso puede exigir a veces una terapia liberadora, como aquel que acepta un trasplante total de corazón, para revocar el corazón de piedra y dar lugar a un corazón de carne. Y cuando hablamos de un corazón de carne nos referimos a una personalidad llena de ternura y benevolencia, a una personalidad de corazón sensible y misericordioso como el de nuestro Padre Dios.

Así es que es tiempo de descubrir que la Cuaresma, además de ser un tiempo gozoso, debe ser un tiempo dedicado al amor porque no es privación, sino enriquecimiento; no es negatividad es creatividad, esfuerzo por renovar, construir y conquistar la misericordia.

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