Desde el Vaticano, la Santa Sede de la Iglesia Católica hizo saber este jueves 26 de enero, que el Papa Francisco había decidido realizar una profunda reestructuración de la Iglesia en Honduras al aceptar la renuncia al gobierno pastoral de tres Obispos a fin de dar cumplimiento a lo establecido por el derecho canónico el cual dispone que los obispos tienen que presentar sus respectivas renuncias al cumplir los 75 años de edad; la creación de la nueva Provincia Eclesiástica de San Pedro Sula, por desmembramiento de la Provincia Eclesiástica de Tegucigalpa que incluirá las Diócesis sufragáneas de Yoro, Santa Rosa de Copán, Gracias, Trujillo y La Ceiba; el nombramiento de 2 Arzobispos y 1 Obispo. A pesar de que estos movimientos dentro de la Iglesia son normales, es evidente que los cambios generacionales son necesarios dentro de su estructura y deben de afrontarse como un periodo complejo, pero, a la vez, fascinante en el que confluyen en la misma tarea la sabiduría y experiencia de personas de más de 75 años con el ímpetu y nuevas metas de sacerdotes más jóvenes.
Es claro, además, que estos cambios no se dan únicamente de cara a quienes forman el círculo más cercano o de los colaborado- res más comprometidos, este cambio definitivamente responde a las expectativas, objetivos y anhelos del Papa Francisco que está empeñado en lograr que el espíritu sinodal se arraigue en la vida pastoral de tal modo que se logre cohesionar al pueblo de Dios, fomentar el espíritu y sentido de pertenencia y el caminar juntos en un objetivo común: llevar la buena nueva más allá de las paredes del templo en un esfuerzo conjunto de sacerdotes y laicos, como pueblo de Dios.
Podríamos reseñar muchas cosas de Monseñor Garachana y Monseñor Rodríguez, servido- res fieles y ejemplos de entrega, profetas valientes en medio de un país urgido del anuncio de la Buena Nueva del Evangelio, que denunciaron las injusticias y que propusieron soluciones según el contexto y los momentos críticos de la vida nacional que les tocó vivir, cumpliendo con la dura faena a ellos encomendada. Luego de hacer un balance queremos decirles “Gracias por tanto amor y entrega”, labor que sabemos que no termina con el cambio de funciones, sino que se transforma.
En relación a los nuevos líderes espirituales y máximos servidores de la Iglesia, las expectativas son enormes pues les tocará pastorear un pueblo que sufre por las injusticias y que no tiene esperanzas, un pueblo abatido por la pobreza económica y espiritual. No hay duda que se cierra un ciclo y se comienza otro, en el cual se poten- ciarán las fortalezas y el Espíritu de Jesús les dará luz y fortaleza para desempeñar sus tareas con amor y con el propósito único de hacer que otros puedan seguir a Jesucristo más de cerca. El Espíritu de Pentecostés los animará a vivir en Comunidad y a formar y multiplicar las Comunidades Eclesiales tal cual lo visualiza el Papa Francisco, todo para Mayor Gloria de Dios dando frutos de personales y comunitarios.