Editorial | Nuestra voz | La pandemia: una nueva forma de vivir

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Es indudable que la pandemia ha afectado y marcado nuestras vidas. Nos ha tocado aprender a vivir de otra forma, acomodando necesidades a las múltiples limitaciones o recomendaciones y algunas finalmente las hemos asumido como compromiso. Hemos tenido que aprender a extrañar la rutina de la antigua normalidad, esa misma que nos estresaba hasta hace dos años. Lo digital, que antes parecía que aislaba a las personas, ahora resulta que nos permite mantenernos unidos y que las redes sociales pueden convertirse en escenario digital para compartir experiencias, cuando uno solo puede salir, con suerte, a la terraza o asomarse a una ventana.

Podemos seguir enumerando mil situaciones y es seguro que esta lista es interminable; al fin y al cabo, hemos tenido que aprender, a marcha forzada, en todos los aspectos de la vida. El mundo ha parado y hemos tenido que vivir a un ritmo más lento como en cámara lenta, situación que nos ha permitido reflexionar; aprendiendo a vivir y disfrutar cada momento de manera más intensa; la pandemia ha dado un fuerte frenazo a nuestras actividades familiares, laborales e incluso espirituales.

Si echamos la vista atrás y hacemos una evaluación, veremos que la narración de la pandemia es la crónica de una toma de decisiones obligadas o voluntarias, ante las circunstancias, que van desde decisiones de nivel político, como decretar el estado de alarma y el confinamiento domiciliario, hasta decisiones personales, como lavarnos las manos o desinfectarlas con alcohol, mantener una distancia de 2 metros como medida de seguridad, usar mascarilla ,o abrazar o no a nuestros padres, hijos y amigos.

Esto provocó un cambio en nuestro comportamiento a la hora de tomar decisiones, en determinadas situaciones, nuestras decisiones personales se volvieron decisiones orientadas al bien común, no solo al interés individual; matiz que probablemente pasó desapercibido pero que marca un antes y un después de pandemia, para bien o para mal.

Muchos están convencidos de que el virus es un castigo de Dios por el mal comportamiento del ser humano, pero el Papa Francisco ha comentado en diversas ocasiones que este pensamiento no corresponde a la realidad de un Dios que, si bien ejerce la justicia, es también misericordioso y que solo quiere el bien para todos. La pregunta no es si la pandemia es un castigo de Dios, sino cómo quiere Dios que afrontemos la pandemia: no hace falta ser muy creyente ni muy sagaz para intuir que lo que Dios quiere, es lo que el mundo necesita: personas, sociedades y estados que respeten la dignidad humana, una economía centrada en resolver las dificultades de la mayoría de la población mundial, un mundo que apueste por la paz; realidades que cualquier ser humano, religioso o no, puede decidirse a vivir en su entorno y convertirse así en una solución.

Si algo ha puesto en evidencia la terrible crisis del coronavirus es que muchas de las cosas realmente importantes de la vida las habíamos dejado de lado; a muchos creyentes nos ha devuelto ese deseo de sentir con mayor intensidad la cercanía Dios en cada nuevo instante.

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