Editorial Nuestra voz | La esperanza que nace de la escucha

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La invitación a escuchar al Señor debe ser considerada de gran relevancia, porque el mandato de escuchar es transmitido de generación en generación hasta llegar a nosotros, lectores actuales de las Sagradas Escrituras, herederos del patrimonio espiritual de nuestros “padres en la Fe”, y se conjuga con la advertencia de estar atentos y ser inteligentes cuando nos habla el Señor: “El que tenga oídos, que oiga” leemos en Mt 13, 43. En un mundo como el nuestro, distraído y superficial, en una sociedad que se ha vuelto incapaz de valorar palabras rigurosas, la exigencia de la escucha resulta particularmente oportuno, asumiendo una actitud de oración para prestar oídos al Señor.

Escuchar es mucho más que oír, porque la escucha supone estar disponible, hacer espacio y silencio en su interior; abrir no sólo los oídos, sino la mente y el espíritu; supone también ponerse en actitud de diálogo para compartir alegrías, penas, dudas. Orientados hacia la escucha: cada palabra de Dios dicha y creída por el hombre pone en marcha la oración: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1Sm 3,5). Nada desea tanto Dios sino que le escuchemos en cada momento al abrir nuestros oídos, nuestra mente y nuestro entendimiento, ya sea que la Palabra de Dios la escuchemos en conversaciones familiares, con los amigos o en las homilías eucarísticas, escuchemos siempre con atención y reverencia; tratemos de obtener ganancias de ella, y no permitamos que caiga al suelo, sino que hagamos nuestro mayor esfuerzo en recibirla en nuestro corazón como un bálsamo precioso a imitación de la virgen María, que mantuvo cuidadosamente en su corazón todas las palabras que se pronunciaron en alabanza a su Hijo.

Si escuchamos la Palabra de Dios a través de la Eucaristía, en la oración, en el Evangelio, en los pobres, en la vida comunitaria descubrimos que la Biblia está llena de esperanza y esa esperanza es tan real que se nos dice en Romanos 4,18; que Abraham “creía firmemente en la esperanza contra toda esperanza” y es tan increíble su testimonio que en un momento de desconfianza, en lugar de pedir el hijo prometido que no venía, “se vuelve a Dios para pedir ayuda para seguir esperando”; de tal modo que curiosamente, no pidió un hijo. Pidió: “Ayúdame a seguir esperando”, porque no hay nada más hermoso que confiar en la esperanza que no defrauda” y que es uno de los dones que brotan de la lectura y escucha de las Sagradas Escrituras, que no es un mero optimismo pasivo o una cuestión que serene nuestros ánimos y reacciones frente a las crisis, pero en un clima de violencia, la esperanza puede ser simplemente una palabra cargada de sentido, pero nula de penetración en el seno de nuestras familias, hogares y comunidades, a pesar de que La Palabra de Dios, es sobre todo revelación y presencia de Dios en la historia diaria de cada ser humano y una invitación a vivir en plenitud, pero como dice San Agustín, “el pecado nos vuelve ciegos y sordos frente a esa Palabra, incapacitándonos para encontrarlo presente en la realidad” .

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